El hoy celebérrimo Santiago Segura se tiró un montón de años para escribir el guión de Torrente, el brazo tonto de la ley. «Hola, me llamo Santiago Segura y estoy escribiendo un guión», venía a decir a los pocos que entonces le querían escuchar. A mí también me vino con el cuento, agradecidísimo porque la mía fue la primera crítica entusiasta que recibió por un corto encarcelable que presentó en festivales de España. «Al leerte, yo pensaba que eras un señor mayor, un crítico erudito, y no un pelanas como yo», me dijo. Él pasó de pelanas a multimillonario, y yo aspiro a recuperar algún día aquel mediano prestigio del don nadie. La misión en la vida de Segura, en fin, era decir que estaba con un guión, como algunos han tenido un buen pasar en su vida diciendo durante cuarenta años que andaban con una novela. Aseguraba que alguna vez terminaría aquel guión. La gente lo tomaba por un simple pajillero a la espera de sus cinco

minutos de gloria.

Después de sortear numerosos peligros, robar muchas horas al sueño y pasar todo tipo de pruebas de los Dioses, Santiago Segura logró poner el punto final a un guión escaso, vulgar y con lamparones de chorizo. Torrente, el brazo tonto de la ley. Aquello de darle forma al brazo tonto de la ley, en realidad, llevó más trabajo de ingeniería sociológica que esa como enciclopedia del siglo XIX que es La Comedia Humana, de Balzac. Y es normal que Torrente sea la obra magna de nuestro tiempo. Lo que en apariencia no era más que una vulgar ocurrencia se ha revelado, en realidad, una nueva y milimétrica forma de forrarse a lo grande, donde nadie creía que se podía sacar: de la taquilla española, y encima siendo una película española. Segura, el astuto hombre de negocios, lo tenía todo previsto. El brazo tonto tenía los dedos largos. Resultó ser mucho menos tonto.

Lo creímos, a Santiago Segura, un ´friki´ que iba a tener, si acaso, cierta notoriedad entre el lumpen haciendo precisamente de personaje lumpen, y que no saldría nunca de ahí. En sus metrajes, de festivo violador de menores (papel que yo le elogié hace casi veinte años y que hoy hubiese determinado su ingreso, y mi ingreso, en prisión) pasó a inventar la máquina de hacer billetes, como el tío ese que inventó el Facebook. Nuestro Facebook cañí, igual de imprevisto, es esa mina de oro que es la saga Torrente. Un millón no mola: lo que molan son mil millones, y es a por los que va el autor de Torrente. Su cuarta parte ha tenido, nada más estrenarse, el taquillazo más escandaloso de la historia del cine español. Segura lo sabía ya, estoy convencido, cuando preparaba durante años y años aquel guión churretoso pero preclaro que, así lo pensamos todos, era poco más que un chiste marrón estirado hasta la hora y media de metraje.

Se han hecho sesudos estudios sociológicos sobre Torrente, que dicen que los españoles aprecian la ironía que hace Segura sobre nuestros aspectos más sórdidos. Incluso Segura dice, para despistar, que él ha venido a acabar con los lugares comunes, cuando a lo que ha venido es precisamente a corroborarlos. Los españoles carecen de ironía, puesto que carecen de matices. No hay ninguna distancia entre Torrente y el público. Pero hubo uno listísimo que supo verlo a tiempo. Del supuesto ´brazo tonto de la ley´ ya quisiéramos todos tener aunque fuese un dedo.