Han pasado los días desde la rechazable agresión al consejero de Cultura, Pedro Alberto Cruz, y las aguas parecen haber vuelto a su cauce. La investigación de la Policía para localizar al autor o autores de la agresión seguirá su curso, el consejero mejorará, por fortuna, día tras día; las declaraciones de los políticos en este sentido se van atemperando, los cinco minutos de gloria que algunos senadores del PP han vivido en la Cámara Alta pidiendo a gritos la dimisión del delegado del Gobierno en la Región se van difuminando (como si se pudiese poner un policía a cada ciudadano que por su profesión o cargo pueda sentirse amenazado) y el ruido del enfrentamiento, por lo menos en esto, parece estar atemperándose.

A todo esto nosotros nos preguntamos si nadie se disculpará ante el linchamiento social de un chico, José David Baño Lorente, que tras permanecer dos días en los calabozos de la Policía y ser puesto posteriormente a disposición judicial, no ha podido ser identificado por el consejero como autor de la agresión y ha tenido que ser puesto en libertad ante la falta de pruebas. Pero si la detención y la puesta a disposición judicial se hubiese hecho con la discreción que debería de ser exigible en estos casos seguramente el daño producido a la imagen del chico hubiese sido mucho menor. Pero no, la detención se convirtió en un espectáculo mediático que la Policía no supo evitar o no quiso evitar —las prisas por demostrar apresuradamente la capacidad y sagacidad policial son malas consejeras— y la corta biografía de David fue propalada, al parecer por la misma Policía, a todos los vientos produciéndole un daño irreparable a el y a sus padres que vieron como registraban su domicilio familiar a bombo y platillo.

Algunos expertos en imagen pública definen esta como «la percepción dominante que una colectividad establece respecto de un actor, institución o referente cultural, con base en las impresiones y la información pública que recibe». Imagínense qué percepción e impresión ha quedado en algunos ciudadanos sobre la imagen de José David Baños ante la información pública que han recibido de una Policía y algunos medios de comunicación que parecían ansiosos por ser los primeros en demostrar lo, por ahora, indemostrable.

La misión de la Policía es poner a disposición judicial a los sospechosos. Aquéllos no son los que juzgan, no es su función. Pero cuando no se actúa con la prudencia que un ciudadano, a priori inocente porque no ha sido juzgado, requiere está condenandolo al descrédito y a eso tan español y cruel de ´cuando el río suena’...