Puede que las autonomías requieran una cura de adelgazamiento, para eliminar grasas superfluas y ponerse en forma; y, desde luego, deben estar sometidas a la disciplina presupuestaria del Estado. Pero al hilo de la justa crítica a los excesos se empieza a expandir una absurda descalificación del modelo autonómico, como si sólo hubiera excesos en las comunidades autónomas. Tras esa marea de culpabilización está la sombra del viejo centralismo y de la vieja corte del poder madrileño, que aún siente dolor en los miembros amputados, y vive con el rencor del mutilado. Quien conoció el antiguo centralismo —ineficaz, lento, lejano, prepotente— no lo puede echar de menos, pero no hay peor nostalgia que la que nace del olvido o la ignorancia. Madrid, con sus altavoces castizos que defienden el feudo pretendiendo hablar por la Nación, va a acabar convirtiéndose en un serio problema para España.