Sólo la alianza entre el gen totalitario de la izquierda y la estrategia de la cizaña y el enfrentamiento civil implantada por Zapatero desde su acceso al Gobierno, puede explicar el que España se haya convertido en este país triste, fanático y enemigo de los vicios y la alegría de vivir que hoy somos. La ley antitabaco que acaban de poner en marcha, a la que sólo le ha faltado enviar a los fumadores al gulag o gasearlos, nos convierte en una sucursal de Singapur, donde los reincidentes pueden acabar hasta en la cárcel. Nunca pudimos imaginar que el partido que en la Transición y primeros ochenta organizaba incluso grandes fumadas de porros para pedir su legalización, llegaría a ser el emblema del puritanismo sanitario. Mañana prohibirán la olla de cerdo, las tostadas de manteca o las migas de muerte-marrano, y el ajo a mortero con patatas cocidas o caldero, que luego atufan a las almas delicadas.

Y hay que ser, en efecto, muy delicadamente integrista, como esos no fumadores del ejército de la delación, para rechazar una ley como la anterior, que había conseguido, creo, una muy razonable convivencia, de modo que nadie, si no quería, tenía por qué aguantar el humo ajeno. No había un solo espacio público donde se pudiera fumar. Porque los bares, restaurantes, discotecas y locales de ocio no son espacios públicos, sino empresas privadas donde se ofrecen servicios sólo a quien quiere. Hace quince años que dejé de fumar tabaco y no he me he sentido en ningún momento agredido ni perturbado, porque no entro donde no quiero. De la misma manera que no voy a las discotecas ni al cine, sobre todo a alguno grande de Murcia, porque no soporto el volumen para sordos que se ha puesto de moda ni el infame ruido con que castigan a la gente y que impide conversar. Pero no pido que se cierren esos negocios y se abran por ley los que a mí me apetecen. Escucho a los Rolling en mi casa y asisto al cine en mi salón y a tomar por saco.

¿Por qué, entonces, este dislate que trata a los fumadores como delincuentes, y que coarta la libertad de empresa y la propiedad privada de unos empresarios que en un país libre deberían poder ofrecer todo lo que no haga daño a los demás, si les place? ¿Permitimos los puticlubs más grandes de Europa y ahora jugamos a que los clientes tengan que salir en pelotas a fumarse el postcigarro? ¿Tenemos hoteles-borrachera para guiris tontucios y nos ponemos finos con el tabaco?

Al fariseísmo ya congénito de una izquierda en desvarío desde la caída del Muro, hay que unirle esa otra marca de nacimiento que es el mesianismo totalitario, la necesidad de cambiar el mundo cada vez que se cambia el Gobierno, ese irredento proyecto del hombre nuevo con el que nazis y comunistas nos jodieron el siglo XX, y que ahora vuelve como farsa ridícula de este socialismo de la sonriZa.

Esa es la función de los delatores, cerrar el cuadro del esperpento ejerciendo de canallas al servicio de la tiranía de la señorita Pepis, incluso con organizaciones que se dicen de consumidores y que no son más que subsedes del régimen.

Quieren salvarnos imponiendo a multazos la sociedad que a ellos les gusta, echar de la realidad a quienes les resultan molestos, aunque sean la mitad: una comunidad perfecta, clónica, uniforme, sin conflictos posibles al ser ya todos idénticos, uno en el corazón del líder. El mundo feliz de las utopías sectarias.

Pero si la vocación de ´illuminati´ ha sido siempre una pulsión irrefrenable del socialismo a pesar de los ropajes democráticos y de las convicciones de algunos de sus miembros, son esas mismas limitaciones que la democracia impone las que llevaron desde el principio a Zapatero a superarlas mediante un arma infalible para garantizarle el poder: la cizaña civil, la discordia que iba relajándose a medida que la ruina unía a los españoles en la desgracia común. La tensión, que le confesó a ´Beatilondo´, Iñaki. Las denuncias, los conflictos con las autonomías que se relajen, sobre todo con Madrid, las discusiones en los centros de trabajo, en los bares, en las familias, las sospechas, tan útiles e intrínsecas a los totalitarismos, la recuperación de los bandos y las trincheras. Esos son mi Zapatero y mi PSOE, a los que dieron por muertos, y a los que les queda un año para incendiar España, como Nerón, y reinar después sobre sus cenizas. Para reconstruirla, por supuesto. A ser posible, de la nada. El sueño eterno de los soñadores.