Días pasados, la prima de riesgo de España se disparó hasta niveles inauditos y, aunque al poco las cosas se tranquilizaron un tanto, los sobresaltos pueden regresar en cualquier momento.

Aprovecharé estas líneas para intentar responder a lo que creo que son las tres preguntas básicas que la situación nos reclama: ¿Por qué sufrimos estos sobresaltos? ¿Por qué están los inversores internacionales preocupados? Y finalmente ¿qué podemos hacer?

¿Por qué sufrimos estos sobresaltos?. Simplemente porque los españoles nos tenemos que financiar, y mucho, desde el exterior. En el 2010, nos vamos a gastar (en consumo privado y público e inversión) unos 50.000 millones más de euros de los que vamos a producir. Es decir, que tenemos que pedir prestados unos 137 millones de euros nuevos cada día del año. O de una manera más gráfica: durante los cinco minutos que le va a llevar leer esta columna, España tomará prestado unos 570.000 euros. Y así durante todos y cada uno de los cinco minutos que llenan doce meses.

Pero si este fuera la única necesidad de financiación, las cosas no andarían tan mal. Mucho más grave es que le debemos al resto del mundo unos 915.000 millones netos de euros (es decir, una vez que hemos restado a nuestras deudas totales los activos de España en el resto del mundo). Sí, lector, ha leído usted bien: casi un billón de euros. Y buena parte de esta deuda es a corto plazo, con lo cual tiene que ser refinanciada de manera constante.

Así que cuando le entren ganas de quejarse de los mercados financieros, simplemente recuerde que nosotros somos los que estamos pidiendo una cantidad descomunal de dinero y que los inversores internacionales no están haciendo nada más que lo que usted haría si estuviese en su lugar: intentar asegurarse que les podemos devolver lo prestado.

¿Por qué están los inversores internacionales preocupados?. Básicamente porque sobre España existen dos dudas. La primera duda es acerca de cuál es la situación verdadera de las instituciones financieras. Los inversores internacionales no terminan de entender que, dado el tamaño del boom inmobiliario y de la cantidad de activo de los bancos y cajas vinculado, más o menos directamente con la construcción, nuestras instituciones financieras no sufran de problemas aún mayores de los ya que atraviesan. La respuesta suministrada por las pruebas de resistencia del verano, básicamente que los recursos propios de la mayoría de las instituciones son suficientes para capear lo peor del temporal gracias a las provisiones dinámicas que en su día forzó el Banco de España, no terminan de convencer. Como buena parte de la financiación que requerimos se canaliza por medio de esas instituciones financieras, los inversores internacionales no saben si van a quedarse atrapados en un pozo sin fondo.

Llegado este momento, sin embargo, el lector se preguntará acerca del efecto de estas deudas de los bancos y cajas sobre la prima de riesgo del Tesoro público. ¿No son acaso estas deudas privadas? Sí y no. Sí, son deudas privadas pues han sido incurridas por bancos (o instituciones en el limbo jurídico como las cajas). Y no, no son deudas privadas pues existe la sospecha que podemos terminar socializando las pérdidas bancarias con distintos planes de rescate. Es decir, que cuando el inversor extranjero ve que una caja está en mala situación, piensa que el Estado terminará asumiendo esas pérdidas y ello tendrá un impacto directo sobre el presupuesto público.

Y esto nos lleva a la segunda duda, que es acerca de cuál es la verdadera situación fiscal de nuestras Administraciones públicas (empezando, claro, por las autonomías, cada una librando su propia batalla), no tanto en el corto plazo como en el medio y largo plazo. El mejor ejemplo de esta duda es el sainete que sufrimos con la reforma de las pensiones: primero decimos que vamos a reformar cuanto antes, luego que ya veremos en qué momento del 2011 y, según las últimas noticias, que para enero. Pero siendo el ejemplo más claro, los problemas presupuestarios causados por las pensiones en la próxima década palidecen ante el temor de que España se encuentre estancada en una senda de crecimiento ínfimo y que ello lleve a las finanzas públicas a una situación límite. Los temores están bien fundados. La mayoría de los países que sufren crisis financieras fuertes atraviesan bastantes años de estancamiento, pero en nuestro caso, varios elementos empeoran la enfermedad: un Estado que, desmembrado en su organización territorial, se está convirtiendo en ingobernable, una regulación absurda, un mercado de trabajo anquilosado, unas estructuras de innovación tecnológica pésimas y un sistema educativo que desde primaria hasta la universidad es un fracaso inaceptable.

¿Qué podemos hacer?. Medidas en el corto y en el medio plazo. En el corto plazo, asegurarnos que los inversores dejen de tener dudas sobre nosotros. Primero aclarar, de una vez por todas, la situación de nuestras instituciones financieras, concluir una reforma de las cajas de ahorro que muchos sospechan se ha cerrado en falso y comprometernos a no socializar pérdidas bancarias privadas. Segundo, anunciar una senda de consolidación fiscal creíble en el medio plazo, no sólo de la Administración central, sino, y esto es mucho más importante, de las Administraciones autonómicas y locales.

En el medio plazo, asegurar el crecimiento de la economía española. Aquí, las medidas las sabemos todos, pues los economistas llevamos décadas contándolas una y otra vez como voz que clama en el desierto: unidad de mercado, regulación inteligente, reforma del mercado de trabajo de verdad, transformación del sistema educativo y tantas otras que no voy a repetir para no aburrir.

Si no nos tomamos todo esto en serio, y la hacemos de una vez por todas y con convicción, lo mismo no sobrevivimos el próximo sobresalto.