La visita del Papa a Santiago de Compostela y a Barcelona el fin de semana pasado provocó la concentración de varios colectivos curiosos que se sentían molestos con la presencia del Santo Pontífice por nuestras tierras. El lema común que aunaba tal sentimiento contrario fue «yo no te espero», algo curioso, ya que si no lo esperaban no se entiende qué hacían concentrándose a escasos metros de donde discurrían los actos oficiales. Si no vas esperar a alguien, te quedas en casa, digo yo. Entre los actos de protesta destacaron los realizados en Barcelona: entre otros, una orgía simbólica de homosexuales besándose frente a la Catedral, un encuentro de mujeres que se proclaman ´zorras´ y ´pecadoras´ o una marcha feminista en la que participaron miembros del sindicato CNT y otros grupos de signo anarquista. Entre las lindezas que se proclamaron estaban rimas tan contundentes como «fuera los rosarios de nuestros ovarios» o «la virgen María también entendía».

Siempre he pensado que el catolicismo es lo peor que le ha podido suceder al cristianismo. La actuación de la Iglesia católica durante siglos ha sido —y, en parte, sigue siendo— de todo menos cristiana. Desde mi perspectiva personal, no puedo creer que el representante de Dios en la tierra lleve zapatos de Adriano Stefanelli —que cuestan unos seiscientos euros— mientras su propio hijo iba en sandalias. Sin embargo, el Papa representa a 1.150 millones de personas en el mundo. Mucho más, por ejemplo, que José Montilla, que fue elegido por apenas 800.000 votos y por el que el Estado también tuvo que pagar más de 6.000 euros para que varios traductores hicieran comprender su comparecencia en el Senado. El gasto por la visita del Papa fue excesivo, estoy completamente de acuerdo. Sin embargo, el Papa es un jefe de Estado nos guste o no. También se han recibido a jefes de Estados africanos de dudosísima reputación cuyas visitas han supuesto un gran desembolso económico por parte del Estado español y nadie salió a la calle para protestar por ello. Del mismo modo, también existen muchas personas en nuestro país que piensan que no debería subvencionarse con fondos públicos a partidos políticos, organizaciones sindicales y asociaciones de carácter separatista y, sin embargo, el Estado les inyecta unas cantidades ingentes de dinero que bien podrían ser destinadas a otras actividades más provechosas. O a asociaciones de mujeres que se proclaman ´zorras´, ya que no todas las mujeres de este país se sienten identificadas con ese tipo de ´religión´ ultrafeminista.

Por otra parte, hubo también quien afirmó que semejante desembolso económico significaba un ´agravio comparativo´ respecto a otras creencias religiosas presentes en España. Lo que sucede es que —para bien o para mal—, el Estado español tiene una tradición esencialmente católica. Pero que no se preocupen; a base de prohibir belenes en los colegios, pronto la religión mayoritaria será otra.

En resumen. En todo esto de las visitas del Papa siempre hay un cierto resentimiento ancestral un poco rancio. Entendible, pero resentimiento al fin y al cabo. Las protestas contra el Papa son absolutamente legítimas, pero muchas de las personas que protestan por su presencia pierden toda la legitimidad cuando luego miran para otro lado ante las injusticias que cometen los partidos políticos a los que pertenecen o cuando no critican con la misma vehemencia la actitud machista y criminal de otras religiones.