Para Álvaro de Luna

La muerte de Manuel Alexandre, al que me unían vínculos de amistad desde hace más de treinta años, me ha producido una honda tristeza, viniéndome a la memoria multitud de recuerdos personales en torno al más famoso y veterano de los actores especializados en papeles secundarios de nuestro cine. A tan entrañable ser humano y relevante figura del séptimo arte he aludido, a lo largo de estos últimos años, en mis artículos en La Opinión, ya que no en vano era uno de los miembros más sobresalientes de una célebre tertulia del madrileño Café Gijón a la que tuve el honor y el placer de pertenecer durante el periodo que va desde 1978 hasta muy avanzados los 80, en plena etapa de la Transición democrática.

Esta tertulia estaba formada por un variopinto plantel de ilustres personalidades del espectáculo, la literatura, el periodismo, la pintura y la magistratura. Citaré en primer lugar a los ya también desafortunadamente desaparecidos, confiando en que continuará divirtiéndolos con su ingeniosa conversación en el más allá: José Luis Coll, genial humorista; Francisco Rabal, nuestro insigne murciano universal; Fernando García Tola, realizador televisivo de gran talento; Pedro Beltrán, renombrado guionista y actor cartagenero; Ramón (Tito) Fernández, director de películas muy taquilleras y realizador de la serie televisiva Cuéntame cómo pasó; Jesús Fernández Santos, espléndido novelista y crítico de cine de El País; Luis Gómez, El Estudiante, famoso torero amigo de Manolete, y Antonio Gamero, actor y guionista que aunaba bonhomía con genialidad.

Por lo que respecta a los que aún permanecemos vivos, y espero y deseo que por muchos años, también pertenecían a esa peña Álvaro de Luna, el actor más estrechamente unido a su finado colega; Manuel Vicent, escritor y periodista; José Manuel Cervino, actor; los periodistas Raúl del Pozo y Jesús Quintero (´el loco de la colina´); Arturo González, productor cinematográfico y tertuliano televisivo; José Luis Fajardo, pintor canario; Clemente Auger, ex presidente de la Audiencia Nacional; Jesús Vicente Chamorro y José Antonio Martín Pallín, fiscal y magistrado del Tribunal Supremo respectivamente. A todos, su lacerante ausencia nos ha dejado un profundo vacío.

Y es que Manolico, como yo le llamaba entonces cariñosamente al modo murciano, era el más veterano y querido de los miembros de esa tertulia; todos sus componentes disfrutamos durante aquellos años, con asiduidad casi cotidiana, de su verbo chispeante. Pese a estar considerado como el conspicuo decano de los actores secundarios del cine español carecía de divismo, y su merecida fama, cosechada a lo largo de una dilatada carrera interpretativa en teatro, cine y televisión, nunca se le subió a la cabeza. Como conversador brillaba por su amenidad y fino sentido del humor, interesado no sólo por las artes escénicas, sino también por el no menos apasionante espectáculo de la vida política nacional e internacional. Era un hombre afable y cercano, además de muy culto, gran admirador de Manuel Azaña y amigo personal de escritores de la talla de Antonio Buero Vallejo y José Luis Nieto. Fui testigo personal en numerosa ocasiones del cariño y deferencia que ambos le profesaban.

Recuerdo como si fuese ayer que la tarde del 23 de febrero de 1981 estuve un rato en la tertulia, diciéndoles a Manuel Alexandre y Álvaro de Luna, con tono guasón, que me iba al Congreso de los Diputados, donde tenía una cita con la Historia. Yo estaba acreditado entonces en las Cortes como periodista del diario Pueblo y, como era obvio, me refería irónicamente al acto de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno pero resultó ser una frase premonitoria; unas horas más tarde me convertiría en testigo de primera fila y víctima del intento de golpe de Estado perpetrado por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero. Al día siguiente, ambos me contaron que habían tenido mucha preocupación pensado en lo que nos habría podido ocurrir tanto a mí como a nuestro común amigo y contertulio, el también periodista del mismo diario Raúl del Pozo.

Al igual que escribí, a raíz del aniversario del óbito de nuestro llorado Paco Rabal, nos cabe el consuelo a los muchos amigos y admiradores de Manuel Alexandre, que si al ser de carne y hueso se lo acaba de llevar del mundo de los vivos de forma irreversible la Parca, su genial legado interpretativo, volcado en más de trescientas películas, permanece entre nosotros hecho celuloide para seguir deleitándonos. Con su irremplazable pérdida, toda España está de luto.