En la muerte del actor Manuel Alexandre me niego rotundamente a calificarlo como secundario del cine español, ni siquiera de oro. Su filmografía está llena de buen celuloide que responde a un protagonismo principal. Es más, en muchas películas de la época dorada del mejor Berlanga, del inolvidable Azcona, la ternura de gesto, de ademán, de voz entrecortada y singular de Alexandre, resulta imprescindible para un cine ´proustiano´ en esencia, imagen y semejanza de una España retratada desde el interior, con verdad dulcificada.

Hay películas españolas en las que, desde los títulos de crédito, el espectador dice y exclama: «Están todos». No hay que dar nombres porque los tenemos presentes en el recuerdo de una generación brillante y excepcional. Alexandre ha sido modelo de ese grupo teatral total, que hizo de nuestras luces cinematográficas un espejo generoso de la vida de nuestro país, visto con benevolencia y humildad.

En la amplísima lista de su filmografía hay títulos que le ennoblecen al máximo como actor; él mismo deja dicho que de todo su amplio trabajo y repertorio se queda únicamente con una veintena de papeles y títulos. A la hora del balance, artístico y personal, en su figura hay que destacar la honradez y honestidad profesional hasta el mismo final. Alexandre, con más de noventa años a sus espaldas, desde el 38 sobre las tablas, ha firmado y filmado interpretaciones magistrales en la pantalla, en el teatro y en la televisión.

Actor plural, con una bis tierna, aportaba a los personajes de invención esa bonhomía que le era propia en la vida real. Abuelo —en los últimos tiempos— del cine español en su última etapa, sus características para la comedia y la pequeña tragedia cotidiana, la del hombre vulgar y de la calle, la del pan nuestro de cada día, le concederán el título merecido de imperecedero en el olvido, en la memoria del público y su aplauso.

La escena española acaba de perder a un grande sin pretensiones y argumentos basados en la soberbia para serlo; por eso lo es, por eso lo fue y ha sido despedido entrañablemente sobre el escenario del Teatro Español, una de sus casas propias por merecimientos incuestionables.

Los protagonistas de nuestro siglo XX van desapareciendo poco a poco, uno a uno nos van ejercitando el poder de la nostalgia y el reconocimiento a su esfuerzo y talento derrochados sin reserva. Alexandre es un ejemplo de actor, de profesional de primer plano y general; de voz amable que perdurará durante mucho tiempo.