Bonhomía y genialidad. No puedo dejar de expresar mi dolor por la pérdida definitiva de Antonio Gamero, el espléndido actor en papeles secundarios de nuestro cine. En la etapa de la Transición compartí tertulia con él en el Café Gijón junto con otras personalidades, tales como nuestro también ya finado paisano universal Paco Rabal, José Luis Coll, Álvaro de Luna, Manuel Alexandre y Raúl del Pozo, entre otras figuras relevantes del mundo de la farándula, la literatura y el periodismo. Recuerdo como si fuera ayer sus sagaces comentarios sobre la actualidad política, considerada desde su prisma de hombre progresista y precozmente comprometido con la causa de los más débiles, así como la mordacidad de su ingenio como tertuliano al abordar las más variopintas situaciones vitales que le hicieron famoso con su frase, tantas y tantas veces repetida: «Como fuera de casa, en ninguna parte». Antonio era, como ha dicho la ministra de Cultura y gran amiga suya, Ángeles González-Sinde, además de un actor notable y personal, un «experto catador de cervezas», y de esta última faceta puedo dar fehaciente testimonio, puesto no en balde, en numerosas ocasiones estuvimos juntos en la famosa cervecería de la Plaza de Santa Bárbara, cuyo dueño era el suegro del juez Clemente Auger, miembro conspicuo de la mencionada tertulia cafegijonense. Allí siempre me decía si no le importaba que se bebiese el caldo sobrante cada vez que consumíamos una ración de berberechos, y yo le respondía, con manifiesta guasa, que cómo le iba a negar tal placer a alguien que se había educado como yo en los Maristas (él en el Chamberí de Madrid y yo en el de La Merced de Murcia). Su muerte deja un terrible hueco en el corazón de quienes fuimos amigos y admiradores de su trayectoria como artista y sobre todo como hombre bueno en el sentido más plenamente machadiano de la palabra.