Uno de los efectos más significativos del estado de las autonomías es la constitución de esferas políticas regionales diferenciadas y con dinámicas propias, dotadas de gran estabilidad por cuanto el poder político, cualquiera que sea su signo, maneja bastante bien los resortes de control social que le permiten mantener su hegemonía por muy largos periodos. Murcia es un buen ejemplo de lo que decimos.

El último Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) (enero-marzo 2010) ha vuelto a dejar constancia de que el presidente Valcárcel goza de una salud electoral excepcional que lo coloca a la cabeza —inmediatamente detrás del presidente cántabro– de los presidentes mejor valorados, con un 55,5% de aprobación y sólo un 22,7% de ciudadanos que lo desaprueban.

Este hecho no es nuevo y se conocía por diferentes sondeos electorales que vienen señalando la posibilidad de que, después de quince años de gobierno con mayorías absolutas, el PP murciano rompa nuevamente su techo electoral y hunda aun más,

—llegando ya a niveles de humillación— a su depauperado rival político más directo. Han de tener muy sólidos motivos los ciudadanos de la región, tenemos sin remedio que pensar, para estar tan satisfechos con su Gobierno autonómico.

Pero estos últimos meses se han publicado también diversos y muy solventes estudios que contradicen los fundamentos de esta idea. Según estos estudios la región de Murcia habría fracasado en los años del gobierno de Valcárcel y el PP en la consecución de nuestro gran objetivo colectivo de acercarnos a los promedios españolas en bienestar y calidad de vida, abandonando nuestra secular pertenencia a la España más atrasada. Es esta contradicción —un amplísimo respaldo político frente a una muy mediocre e incompetente gestión— la que nos permite hablar de ´la paradoja murciana´.

Los datos económicos son incontestables. Citando la literalidad de la última Memoria del Consejo Económico y Social (CES) comprobamos que «la economía murciana no ha podido converger al nivel de desarrollo medio español durante los años expansivos, incluso se ha alejado levemente, y la crisis económica amplía significativamente la divergencia». La renta per cápita murciana, dirá por su parte La Caixa en su reciente diagnostico económico de la región, «sigue encontrándose a una distancia similar a la brecha que la separaba del conjunto de España en 1995, 18 puntos porcentuales».

Valcárcel —aunque la responsabilidad no sea exclusiva de su Gobierno— nos habría conducido finalmente a donde empezó: una aguda crisis económica que esconde otras crisis (la del modelo de desarrollo, donde debemos incluir una crisis ambiental, y una fuerte crisis social) con altas tasas de paro, fuerte precarización social, graves desigualdades y extendida corrupción (que ha alcanzado las mayores cotas desde la recuperación de las libertades).

El paro ha terminado el periodo batiendo todas las marcas —según la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre de 2010, un 23,17% y 140.000 parados—, lo mismo que la temporalidad del empleo o la abultada economía irregular. Sin jugar al catastrofismo debemos reconocer que persisten también los datos muy negativos referidos al nivel relativo de los salarios y las pensiones, la productividad, etc.

Hemos fallado también en la lucha contra el fracaso escolar, desarrollamos mal la Ley de Dependencia, perseveramos en mantener tanto las desigualdades de género como los desequilibrios territoriales, vamos a la cola en el desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación ( TIC) y la Sociedad del Conocimiento (somos una de las cuatro comunidades que no cumple ninguno de los objetivos de Lisboa, según el Informe E-España 2010 de la Fundación Orange), seguimos lejos de la inversión media española en I+D +i, no levanta cabeza la apuesta turística (ocupamos un triste puesto 13 en el más reciente estudio de competitividad turística de Exceltur), y —después del último ataque de modernidad transgresora— los indicadores culturales regionales nos siguen colocando invariablemente a la cola del país (Anuario de Estadísticas Culturales 2009).

Todo esto vendría a ser confirmado por el que podemos quizás considerar el más completo estudio sobre desarrollo regional español comparado, el Informe Desarrollo Humano en España 1980-2007 que acaba de hacer público Bancaja y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), y que coloca en 2007 a la región en el puesto tercero por la cola (tras Extremadura y Andalucía) en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) , que es el indicador sintético más completo que ha elaborado Naciones Unidas, ya que combina la esperanza de vida al nacer (salud) con la tasa de alfabetización de adultos y la tasa bruta de matriculación (educación), y con el PIB per cápita (bienestar material).

Aunque el IDH ha mejorado para todo el país en estos años, en relación con el nivel promedio español nuestra situación era en 2007 peor que en 1980, y lo razonable es pensar que ha empeorado aun más en estos últimos tres años.

Si añadimos a esto que las previsiones de crecimiento son negativas y peores que las nacionales (por ejemplo, las recientes de Hispalink para 2010), la sola enunciación de los objetivos de la nueva ´estrategia europea para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador´ para 2020 anunciados por la Comisión Europea (75% de los adultos entre 20 y 64 años empleados; 3% del PIB en I+D; reducción de las emisiones en un 30%; abandono escolar inferior al 10%, y al menos un 40% de la población más joven con estudios superiores completos, etc.) aparecen como remotos e inalcanzables para una región con el actual rumbo y ritmo de la nuestra.

La explicación de esta ´paradoja murciana´ hay que buscarla en la hegemonía mediática y social del discurso de la derecha, con sus componentes de populismo hidráulico y victimismo político, en la falta de una correcta información sobre nuestra situación entre los ciudadanos, en la percepción distorsionada que éstos tienen respecto de la atribución de responsabilidades entre los distintos niveles de gobierno según sus competencias, y en otros rasgos de nuestro subsistema político regional, empezando por la debilidad extrema y el autismo político de la principal fuerza de la oposición.