Cuando el viajero está dispuesto a renunciar a la reconfortante familiaridad de los hoteles y restaurantes occidentales, a abrir los ojos y dejarse llevar, en Marruecos empiezan a suceder cosas.

En la plaza de España de Larache, cerca de Tánger, conocemos a Bilal Talidi, 26 años. Nos asiste en una compra callejera, hablamos con él y nos cuenta que ha estado viviendo durante cuatro años en España trabajando en la agricultura. Cruzó el estrecho en una barca neumática de cinco metros junto con otros veintidós hombres, y llegó a una playa de Barbate. Después de deambular por el campo durante una semana sin comida ni agua, un agricultor español finalmente se solidarizó con ellos y les dio algo de comer. Dice que ha regresado a Marruecos porque ahora no hay trabajo, pero que volverá España en breve, ya que tiene papeles.

Nos invita a comer a casa de sus padres; apreciamos la sinceridad de su oferta, la aceptamos y nos ponemos en camino. Bilal tiene once hermanos, y actualmente convive con cuatro de ellos. Su casa es de planta pequeña, apenas unos quince metros cuadrados y tiene tres alturas. Subimos unas escaleras estrechas y apenas iluminadas, hasta un comedor en el primer piso. Una bancada acolchada, al estilo marroquí recorre la pared y hay una mesa redonda en el centro. Es una casa humilde pero está limpia y es agradable. Aparece la familia en pleno que nos saluda afectuosamente. Las mujeres llevan el velo, las dos hermanas más jóvenes apenas pueden mantener contacto visual con nosotros sin bajar la mirada. Nos sentamos y uno de los hermanos nos trae un jarrón con agua y un cubo para lavarnos las manos. Después, colocan en el centro de la mesa una fuente de patatas con judías y un poco de carne de cordero; vemos que no la tocan con la intención de que la comamos nosotros primero. De postre traen un melón cortado y uno higos dulcísimos. Es fácil percibir el esfuerzo que pone la familia de Bilal en agradarnos. El padre nos cuenta que tiene a sus hermanos en Madrid: él se gana la vida tocando el tambor marroquí en un grupo que actúa en bodas y fiestas.

Después de comer pasamos a otro salón con televisión, y nos enseñan el video de la boda de uno de los hermanos, mientras nos ofrecen té moruno. En la primera escena vemos como degüellan a una ternera en el pequeño patio de la casa.

Las mujeres no dicen ni una sola palabra. Una de ellas tiene un pañuelo negro y no enseña ni un pelo. Le pregunto a Bilal como se llama su hermana, y me dice que se trata de su mujer. Nos cuenta que ella duerme en casa de sus propios padres porque la boda aún no se ha celebrado y la mujer debe permanecer virgen hasta ese momento. Sin embargo, nos dice que tiene firmado algún tipo de contrato que lo compromete y no tiene especial prisa en casarse, ya que conlleva un gasto de unos 2.000 euros, y además de por la falta de dinero, que todavía no sabe cómo va a conseguir, esta situación ambigua le permite disfrutar de una mayor libertad durante unos años. También le pregunto a ella si le importa estar así; sonríe y dice que es muy feliz.

Nos cuenta Bilal que la chica se ocupa de todas sus necesidades domésticas desde lavarle la ropa hasta cortarle las uñas; además, dice que le pide permiso para cualquier tipo de salida de la casa.

Parece que fue la madre de Bilal quien se fijó en la chica y exploró con los padres de ella la posibilidad de unir a los hijos. La historia fue más o menos así: Bilal hablo por teléfono con ella, después hizo una visita desde España, y una tarde de septiembre salió a pasear con ella por el puerto. Cuando volvió a casa le pidió a su madre que arreglase el asunto con la familia de ella. Al día siguiente firmaron el contrato, y todo arreglado.

Nos despedimos de la familia, en la que todos parecen sentirse honrados de habernos dado de comer en casa. Después Bilal nos lleva a dar una vuelta. La plaza está completamente llena de chavales.