He vivido, como la inmensa mayoría del pueblo español, las peripecias de nuestro combinado de fútbol en el presente Mundial. Y, como aficionado a este deporte, confieso que me he alegrado de la gesta de estos chicos jóvenes que nos representaban. Pero, dicho esto, me gustaría exponer, siquiera brevemente, algunos puntos para la reflexión.

Está por estudiar en profundidad a qué obedece ese paroxismo colectivo que ha adornado los triunfos de la Selección. Algunos estudiosos nos advierten al respecto que tanto los Juegos Olímpicos como el propio Mundial de fútbol, lejos de constituir eventos deportivos que trataban de hermanar a los distintos países, fueron auspiciados durante las dos guerras mundiales, periodos en los que la pretendida solidaridad de clase internacionalista sucumbió ante una fuerte identificación nacionalista. En ese sentido, el reciente triunfo sobre Alemania puede haber contribuido, inconscientemente, a salvaguardar el «orgullo» español ante un país que se ha sabido que condiciona, y mucho, la situación económica de países del Sur de Europa, entre ellos el nuestro.

En el ámbito interno, en primer lugar, sorprende la identificación colectiva con un término, La Roja, que en tiempos muy recientes tuvo connotaciones peyorativas. Baste recordar que, durante el franquismo, el adjetivo «rojo» fue sustituido, al menos en Murcia, por otras expresiones como «encarnado» y «colorado». En otro orden de cosas, habría que estudiar sociológicamente si, como algunos han afirmado, la prolija exhibición por calles, plazas, balcones y vehículos particulares de la bandera rojigualda obedece a una expresión identitaria nacionalista o más bien ha supuesto una simple adscripción popular a un equipo de fútbol. Lo cierto es que este evento deportivo ha coincidido con una serie de hechos que han quedado diluidos ante los triunfos de la Selección: la reforma laboral y los preparativos de la huelga general de septiembre; la sentencia del Estatut; el anuncio de la privatización de las cajas de ahorro; las algo más que veladas amenazas de Durao Barroso tendentes a limitar las democracias del Sur de Europa si los sectores populares no acatan las políticas de ajuste en ciernes, etc. Empero, algunos nos han advertido de que los triunfos de la Selección repercutirían en una recuperación del PIB, es decir, que contribuirían al saneamiento de los negocios. El principal beneficiario, el Estado. A título de ejemplo, estos días hemos conocido que capitales chinos han acudido, confiados, a la última subasta de los bonos del Tesoro español.

Por último, algunos hechos más que no han pasado inadvertidos a cualquier observador. En primer lugar, la tremenda ola de simpatía que la Selección ha despertado entre los sectores juveniles, afectados por el paro, el trabajo precario y la incertidumbre sobre su futuro. ¿Es ello un hecho casual o fomentado conscientemente? En segundo lugar, en unos momentos en que la institución monárquica viene siendo cuestionada por determinados sectores sociales, entre ellos el juvenil, la presencia de la Familia Real en el Mundial ha constituido una inyección de «monarquismo» que tampoco creo que sea casual. ¿Y qué decir de la profundización del sentimiento españolista? Si bien es cierto que, como dije arriba, la proliferación de banderas rojigualdas (también han aparecido algunas republicanas) quizás haya obedecido a una simple identificación social con unos «colores» deportivos, lo cierto es que esta ola de nacionalismo asociada a un equipo de fútbol ha tratado de acallar las evidentes muestras de descontento con la crisis del Estado autonómico, visibles, sobre todo, en la magna concentración ciudadana de Barcelona en defensa del Estatut. Aunque también es cierto que el destacado protagonismo que en la Selección han tenido jugadores del principal equipo representativo de Cataluña –notables han sido los elogios hacia jugadores como Puyol e Iniesta– ha mitigado, por unos días, la creciente ola de antipatía hacia esa comunidad, un anticatalanismo que venía siendo auspiciado sobre todo desde sectores conservadores del país.

Sean cuales sean los aspectos que nos han tratado de ocultar, es cierto que los triunfos de La Roja han supuesto una especie de catarsis colectiva para un país con un futuro incierto.