El 5 de mayo de hace 221 años se reunieron los Estados Generales de Francia, afanados en encontrar soluciones para la acuciante crisis que azotaba el país. Aquellos días, como los presentes, eran agitados y confusos. Las rígidas ortodoxias de la época absolutista ya no eran capaces de acomodar las tensiones y los desequilibrios que se habían acumulado. El Régimen estaba siendo sobrepasado por la realidad, pero, aun así, nadie podía vislumbrar los increíbles acontecimientos que en apenas unos días iban a suceder: el estallido de una Revolución que cambiaría para siempre el curso de la humanidad.

¿Vivimos días prerrevolucionarios en Europa? ¿Está sobrepasado el Sistema? Nadie puede anticipar el futuro, pero cualquiera puede darse cuenta de que vivimos en tiempos muy volátiles. Observemos que basta muy poco, un evento relativamente pequeño, incluso un rumor, que, solamente con la condición de que sea imprevisto, puede provocar un enorme pánico seguido de una crisis, no ya regional, sino mundial. La fragilidad del sistema financiero es extrema, quizá más que nunca. Pero, ¿cuál es su causa?

Como siempre, los orígenes son múltiples. Aunque, en mi opinión, tienen mucho que ver ciertas innovaciones intelectuales iniciadas a partir de los años 60, como los trabajos teóricos de una serie de economistas y matemáticos norteamericanos que se propusieron el estudio científico del riesgo en los mercados financieros. El santo grial se descubrió en 1973, cuando Black, Scholes y Merton, desarrollaron un método para valorar y gestionar el riesgo en la emisión de derivados financieros. La 'ecuación diferencial de B-S', como se la conoce, es un prodigo de la creatividad humana (recibieron un merecido Nobel) que permite conocer la manera de formar carteras sin riesgo, pero 'sólo' en el plano teórico dentro de un entorno controlado, como aclararon los propios autores.

Sin embargo, cuando alguien grita ¡oro! es muy difícil detener a la masa sedienta de riqueza. Para los astutos banqueros de la época, tener un método para cubrir el riesgo en la emisión de opciones y otros derivados era el equivalente a haberles entregado la imprenta de hacer billetes. Desgraciadamente había un problema: el mundo real no funciona tal y como dice el modelo y, en la práctica, es imposible gestionar carteras de opciones sin riesgo. Pero todos sabemos que la banca siempre prefiere el dinero ahora, y la verdad, después.

Se desató la locura. Las autoridades, claramente incapaces de comprender los riesgos y algo acomplejadas por el marchamo de solvencia científica del modelo, se quitaron de en medio y dieron carta libre, desregulación absoluta. La innovación y las decisiones políticas posteriores cambiaron para siempre las características esenciales del sistema financiero hasta hacerlo irreconocible. De aquellos barros vienen estos lodos. En la actualidad la Banca Internacional de Pagos calcula en más de seiscientos billones de dólares el nominal de los instrumentos financieros derivados en todo el mundo. Ésta es una cifra sobrecogedora. El PIB de Estados Unidos es menos de quince billones de dólares, apenas un 2,5%. Se trata, pues, de una enorme telaraña mundial de contratos cruzados de unos con otros por nominales que en ocasiones superan en muchos múltiplos los capitales sociales de los emisores, y totalmente exentos de ningún control público. Cuando algún participante de esta red falla, el sistema entero tiembla.

No es exagerado decir que el estado financiero mundial es caótico, y tan frágil que cualquier viento puede terminar de derrumbarlo. La víctima inmediata sería el actual sistema privado de banca, seguido de una gigantesca reestructuración monetaria a nivel mundial.

Quizá no sea tan espectacular como cortar la cabeza de Luis XVI, pero hay pocas cosas tan revolucionarias como éstas.