Como es archisabido y campaneado a todo badajo, noticias procedentes de fuente bien informada nos hacen saber que recientemente, en el seno de la más alta instancia judicial de nuestra nación tuvo lugar cierta reunión de togas y puñetas almidonadas para tratar de averiguar si el juez Baltasar Garzón obró, o no, con arreglo a la ley al haber querido airear los crímenes del franquismo. Y -siempre según dichas fuentes- habiendo resultado que no, debe ser suspendido cautelarmente de sus funciones. Lo cual, como también es sabido, ha desatado una gran polvareda de opiniones encontradas y de posibles consecuencias inimaginables, dada la indignación que ha supuesto por parte de los descendientes de las víctimas de dicho genocidio.

Y, sin embargo, la cosa podría ser evitada antes de que pase a mayores con la supresión de una sola coma en el texto que precede: la que figura a continuación de la frase y resultando que no.

Pero no quiero atribuirme hallazgos que no me corresponden. Pues lo de la supresión de dicha coma no es de mi cosecha, sino de la del truculento dramaturgo español, y premio Nobel de Literatura en 1922 don Jacinto Benavente (véase Los intereses creados, tercer acto, última escena).

Otra solución podría ser la de volver a erigir las cruces de los caídos que hayan sido demolidas con la consiguiente nómina al pie de quienes dieron su vida por Dios y por España (¿a quién demonios se le ocurriría inmiscuir a Dios Nuestro Señor en tales fregados?), y al lado mismo de cada una de ellas levantar un monolito, o algo así, con los nombres hasta ahora silenciados de quienes dieron la suya en defensa del Gobierno legítimo de la misma España. Verbigracia (y en distintos lugares): el coronel Bahamonde, primo hermano del cabecilla del levantamiento; mi convecino Mateo Serra, el teniente Castillo, Margarita Picornell, cuyo cuerpo sin vida fue abandonado en la cuneta de la carretera de Inca (Isla de Mallorca) con el vientre atravesado previa violación por cuatro golpes de bayoneta, obra de otros tantos falangistas al mando de un tal general conde Rossi, de quien el catolicísimo escritor francés Georges Bernanos, que vivió los primeros años de la Guerra Civil en dicha isla balear, en su obra Los grandes cementerios bajo la luna, escribiera que al final no resultó ser ni general, ni conde, ni Rossi; el cantaor flamenco Niño Valencia ("Niño, quítate el sombrero/ que un entierro va a pasar./ Es el hijo de un obrero/ que ha muerto de trabajar/ por el maldito dinero", solía cantar, siendo éste el único delito que se le podía reprochar... y unos cuantos millares más, entre ellos el altísimo poeta y dramaturgo García Lorca: "La muerte puso huevos en la herida"... etc.

En mi opinión, que me cuesta trabajo conseguir que sea desapasionada, sería lo mejor dejar descansar a los muertos del uno y del otro bando, si bien quiero reivindicar desde aquí alguna forma de reconocimiento para Luis Cabo Giorla y Ángel Álvarez Castellanos, primer gobernador comunista de Murcia y director del diario Nuestra Lucha respectivamente, quienes, el uno desde su poder político y el otro desde las columnas de su periódico, lograron erradicar en la provincia las atrocidades que se estaban cometiendo, ni más ni menos macabras que las que se daban en la zona ocupada por los rebeldes.