Las técnicas de maquillaje y transformación para cine, teatro o televisión han evolucionado hacia grandes posibilidades; su evidente progreso ha creado algunas maravillas en la especialidad. Me parece que fue Jardiel Poncela el que llamó a Lon Chaney "el hombre de las mil caras...todas iguales" y, pese a la sobrecogedora fantasía que derrochaba el actor -párpados desgarrados, terribles cicatrices, deformaciones monstruosas y labios leporinos-, a través de todas sus caracterizaciones se transparentaba su propio rostro, que al natural, desprovisto de afeites, era también bastante complicado y tenebroso. No había sido precisamente favorecido por la Naturaleza. Sin embargo, aunque era un actor por debajo de lo mediocre, hizo su nombre famoso en todo el mundo como virtuoso de la caracterización. Su secreto consistió, sin duda, en que fue el primero en darse cuenta que la cámara era cada día más sincera, que ante ella no cabían subterfugios, y, sobre todo, que el público, fácil de conformar en los primeros tiempos del cine, empezaba a ser exigente. Un gracioso autor cómico español de entonces, al referirse a un actor compatriota, afirmó que "se caracterizaba por lo mal que se caracterizaba". Chaney dio al público lo que el público pedía: Hasta entonces, los actores cinematográficos se habían descuidado bastante en este aspecto. Posiblemente porque, atraídos por el señuelo de las ganancias fabulosas, habían empezado a llegar a Hollywood figuras ilustres que triunfaron plenamente en los escenarios de las ciudades de orillas del Atlántico.

Pero Chaney forzó la marcha, les obligó a avivarse, y quedó por encima de ellos, que no otra cosa era obtener el aplauso y el fervor de los espectadores de las cinco partes del mundo. Después, y a la vista del resultado, fueron muchos los productores que fiaron él éxito de sus películas a la acertada caracterización de sus figuras centrales. La que encontró eco más favorable -todos la recordamos- fue la de Boris Karloff, en el 'Monstruo de Frankestein'; pero, a través de los años, aún nos sigue pareciendo más acertada la transformación, gradual y progresiva, pero rapidísima, a la vista del público de Frederick March, en 'El hombre y el monstruo', efecto, más que especial, especialísimo.

Hoy día, de uno y otro lado del océano, se 'hacen caras' a las mil maravillas, modelándolas con materiales nuevos, y el encargado del equipo de maquillaje se convierte muchas veces en escultor, mediante lo que en otros países se llama 'cara de embalsamador' -con perdón del término-. Hoy cualquier programa de humor de la televisión cuenta con excelentes profesionales de la caracterización que asombran por su versatilidad y atractivo. Pero no siempre fue así.

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