La iniciativa del abogado Mazón para desmontar el Cristo de Monteagudo ha desatado las furias del ultracatolicismo, cuyos miembros, con la rapidez de reflejos que los caracteriza, han puesto el grito en el cielo y en el entorno urbano acompañándose de manifestaciones, procesiones y peregrinajes, todo ello adobado con las oportunas amenazas de agresión física al impío abogado, en defensa de la permanencia del Cristo, según ellos 'fundador del cristianismo'. Pero no sólo ha sido un grupo de exaltados fanáticos los que se han rasgado las vestiduras y las mismísimas carnes por la iniciativa, sino que la clase política, de la que en principio se espera mayor grado de contención, ha unido sus voces a las del coro de los indignados. Y aquí es donde las cosas empiezan a chirriar.

A nadie puede extrañar que los políticos del PP se opongan, con el ardor propio del nacional-catolicismo que llevan en las venas, al intento de Mazón. Es una oposición coherente con los principios en los que creen y que defienden. Lo que sí puede y debe sorprender, en cambio, es que también los políticos del PSOE, tanto los de representación local como los de representación regional y nacional, hayan alzado sus voces, como un solo hombre, en una defensa cerril del mantenimiento del Cristo en su lugar actual. Puede y debe sorprender, porque esta no es una postura coherente con los principios que defienden y en los que, se supone, creen. Por supuesto no me refiero a las creencias personales, sino, quede claro, a lo que como representantes de un partido político que lleva en sus siglas el adjetivo 'socialista', están obligados a defender. Como socialistas deben ser defensores del laicismo y como demócratas deben ser defensores de que la constitucional 'aconfesionalidad' del Estado quede garantizada. Por eso resulta incoherente su actitud en este asunto.

Ignoro las razones de nuestros políticos del PSOE para salir en defensa de la estatua y en contra de la iniciativa de Mazón. Desde luego, no deben ser artísticas, porque la estatua es un feo pegote sobre un monumento de valor arqueológico incalculable. Tampoco deben ser razones en apoyo de la tradición, porque la figura, que fue erigida en plena dictadura franquista, resulta un claro símbolo del franquismo. Si lo hacen porque lo sienten o incluso porque lo piensan, no están a la altura, ya que mezclan lo personal con lo político. La última posibilidad, la de pescar votos, es aún más errada y menos comprensible, porque esos votos que buscan ya tienen un dueño, el PP. En cualquier caso o ellos o yo no sabemos ni lo que somos ni donde estamos.

A mí, queda claro, la iniciativa de Mazón me parece más que razonable, y me da lo mismo que lo mueva la convicción como el afán de protagonismo. Allá él. Y me parece razonable en varios sentidos. En primer lugar, como he dicho, la estatua es un símbolo ostentoso, uno más, de un periodo que debería llenar de vergüenza a cualquiera que decentemente se sienta demócrata, por lo que, en consecuencia, debería desaparecer del espacio público. En segundo lugar, está implantada en una zona que es patrimonio histórico y, mientras que la figura esté ahí, será imposible actuar arqueológicamente, por lo que el conjunto monumental se irá deteriorando más de lo que está. En tercer lugar, está ubicada en terrenos que son propiedad del Estado y el Estado, repito, es constitucionalmente aconfesional y, por ello, esta ubicación supone una apropiación indebida del espacio público por parte de una comunidad confesional.

Un Estado aconfesional es, de hecho, un Estado laico y un Estado laico es aquel en el que la diferencia entre lo comunitario y lo público está perfectamente delimitada. La experiencia religiosa necesita de la mímesis, del contagio, de la participación, por eso conforma una comunidad de fieles y es comunitaria. Si todos los ciudadanos de un Estado, todos sin excepción, compartiéramos el sentimiento religioso y además todos, sin excepción, profesáramos el mismo credo, entonces, y sólo entonces, lo comunitario y lo público se confundirían. Pero mientras haya algún ciudadano que no crea lo mismo que los demás, la diferencia entre lo público y lo comunitario debe estar garantizada. Esto es algo evidente en los países donde hubo reforma protestante, ya que al quedar en ellos atomizada la religión cristiana, la equivalencia entre iglesias debió quedar garantizada mediante la fórmula del Estado laico, del Estado religiosamente neutro. Aquí, en España no hubo protestantismo, sólo hubo Contrarreforma, es decir un reforzamiento del monopolio del catolicismo que quedó como única y obligada religión. Después, vino el régimen de Franco (un criminal a cuyo lado Mussolini, por ejemplo, resulta una criatura angelical) que cometió sus crímenes bajo el palio de la alta jerarquía eclesial y bien protegido por los Santos Sacramentos que le dispensaban. ¡Por Dios y por la Patria! Por eso aquí estamos como estamos y pasa lo que pasa.