Dada mi repetida opinión sobre el estado (malo) de la economía y la empresa, y sobre la responsabilidad (peor) del Gobierno de la nación en la situación de postración que padece, me he granjeado las antipatías por parte de un sector en el que siempre había cosechado buenas relaciones -ya no sé si amistade-, dadas las circunstancias. Algunos de mis más sinceros interlocutores de izquierdas ahora me consideran un facha irredento y sin embargo al dente, y así tal cual, amablemente, me lo dicen. Vale pues. Las tendencias naturales de cada uno son casi imposible de erradicar, aunque sí de matizar, pero eso no conlleva la ceguera en el razonamiento o la falta de libertad en el análisis, y esto no cambia el que cada cual sea lo que sea, aunque sí que influye que cada uno sea como sea.

Y visto lo visto, yo soy lo que soy tal y como soy, si bien, y así lo confieso, ya no quiero ser de nada dado lo que veo en los que dicen ser de algo. Y veo incoherencias, incapacidades, corrupciones, parcialidades, y, cuando menos, una enorme y profunda mediocridad. Pero, sobre todo, veo que se hace oficio de la política a costa de la ideología, aún dejando a la misma vacía de contenido, si bien que jaleando la lealtad -dudosa lealtad- a las siglas. Esto mismo que hoy comento es una muy buena muestra de ello. Según lo que a mí se me achaca (si no justificas mis errores, eres mi enemigo), Almunia, o Solchaga, o Leguina, o el mismo González, que critican abiertamente la actitud presidencialista del jefe de filas, entonces ni son socialistas, ni son de izquierdas, porque no pueden estar más enfrentados a la política errática de Zapatero desde sus puestos en Bruselas, ni pueden decirle más claro ni más alto que su empecinamiento está llevando al país a la bancarrota. Y éste es un sólo ejemplo entre muchos.

Por lo tanto, si mantener la independencia de pensamiento, si conservar la imparcialidad en el juicio, si ver con claridad los trastos de la trastienda, ha de ser a costa de que algunos amiguicos crean insultarme cariñosamente soltándome lo que no saben que soy porque ellos creen estar convencidos de ser lo que son, no es precio demasiado alto sin con él obtengo y mantengo mi libertad de conciencia. Y es que, repito, llega un momento en que no me interesa ser de nada ni de nadie. Y mucho menos de que nadie lo crea. Y es así, porque cada día que pasa creo más firmemente y estoy más convencido de que sobran justificadores y faltan ajustadores. Que sobra pasionalidad y falta ecuanimidad. Que sobra animosidad y falta equidad. Que sobran manipuladores y faltan analizadores. Que sobran falsas lealtades y faltan buenas voluntades. Que, enfin, sobra partitocracia y falta democracia.

Por otro lado, en un pueblo falto de autoestima, donde sus señas de identidad residen tan sólo que en referencias competitivas, donde cada villacencerros arma su explosiva fiesta de orgullo tribal porque uno de sus convecinos ha ganado cualquier premio por cualquier campeonato de cualquier deporte, tampoco resulta extraño los fervores partidistas por cuestión de sangre o de arribismo. Y cuando los valores se confunden con las fidelidades ciegas, el patrioterismo, como el partidismo, convierten la ideología en idolatría. Y así es como esas ideologías ya no sirven al idealismo, si no a los intereses espurios de los partidos particlasistas y de sus partisanos partidarios.

Por eso, dejadme valorar a las personas por encima de los colores y de los calores. Permitidme descubrir al ser humano libre de espíritu, que es el libre de siglas, dejad que me comunique con el núcleo del hombre sin el filtro condicionador y limitador de la política, y permitid que exprese mi propia opinión sin sujetarme mas que a las dudas y las deudas que generen mis propios errores por ser sinceros. Las peores consignas son las que nos imponemos nosotros mismos, porque nos hacemos esclavos de nuestros propios dogmas. Si he aprendido algo, y conste que he tardado mucho en comprenderlo, es que nosotros no somos ni como creemos ni como queremos ser, ni tampoco somos como nos creen o como nos quieren ver los demás. Somos lo que somos porque somos como somos. Ser o no ser, que dejó escrito Willy Shakespeare. Así que para intentar ser yo no he de ser ningún otro. Avisado queda...

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