La disciplina académica de Sociología siempre me ha parecido un timo en beneficio exclusivo de ratones de biblioteca, aspirantes a la muceta y otros parásitos universitarios. Escudriñar con aguda mirada a la sociedad circundante y sacar conclusiones obvias está al alcance de cualquiera, sobre todo de las porteras cuyas enseñanzas, por completo gratuitas, ilustran infinitamente más que los mamotretos debidos a tanto maestro Ciruela que, como diría Rajoy, no saben leer y ponen escuela. Si aplicamos las mismas premisas a la filosofía obtendríamos idéntica conclusión, dicho sea sin desmerecer las licenciaturas en Filosofía Pura -¡toma del frasco, Carrasco!- que adornan los currículos de mi hija y de su esposo o sea mi yerno (aclaro que ambos reúnen otras titulaciones, como idiomas y Derecho, estas sí caras al mercado laboral). Por todo ello he sufrido lo indecible cuando, sin comerlo ni beberlo, me he encontrado en las manos un libretucho anexo al diario 'Público', intitulado con pompa 'Pacifismo, Ecologismo y Política Alternativa', perpetrado por un Manuel Sacristán (ajustado apellido), catedrático de ¡¡¡tatachán!!! 'Metodología de las Ciencias Sociales' en la Universidad de Barcelona. Conozco al tipo de oídas, es decir de la SER, donde en tertulia pontifica 'ex cátedra' y sin fundamento sobre lo humano, lo divino, lo animal y lo vegetal, cuidando siempre de resultar originalísimo en cuya procura vomita sandeces sin cuento. (Para más análisis sobre profesiones trapaceras reléanse mis artículos acerca de economistas, clerigalla, actores, críticos de cine, etc.)

Como se puede deducir, este escribiente no es sociólogo metodológicamente científico -nunca el concepto de ciencia fue peor empleado- ni puñetera falta que hace, pues avizora sin prisa y sin pausa, cual modelo de portera implacable, el universo adjunto.

Y a mi alrededor he percibido con dolor un fenómeno olímpicamente dasadvertido por el docto cónclave, a saber: La denominada, denostada, manoseada 'burguesía' no existe como clase social monolítica, sino antes bien constituye un conglomerado de grupos con ética, estética e intereses heterogéneos y, en muchos casos, enfrentados. Quiero decir.

En primer término memoro mis vivencias infantiles donde, por ejemplo, mamá no veía con buenos ojos, sin llegar a bizquear, a mi amigo Mena porque "el pobre era hijo de un practicante (hoy A.T.S), categoría insuficiente para acceder al la elite del pueblo, amalgamada con más voluntad que acierto en torno a médicos, farmacéuticos, veterinarios, estraperlistas, y algún terrateniente de poca monta pues los veros latifundistas residían en Madrid, toda una vasca reverenciosa ante el notario, gallo mayor del corralito. Ya ni te cuento si caracoleabas con una hembra moruna habitante de algún barrio del ejido a cuyo efecto era menester ocultarse en oscuros parajes del parque yéndose, acto seguido, cada mochuelo a su desigual olivo como furtivos mordedores de manzana. Del mismo modo, jamás hubiera osado cortejar a campo abierto a la hija de algún marqués, ocasional visitante de sus dominios.

Aquello ocurría, bien es cierto, bajo la dictadura, cómoda coartada intelectual para insospechados desvaríos, enrizados prejuicios que, a pesar del antifranquismo militante, han envenenado a varias generaciones hasta desembocar en la desconcertante democracia que sobrellevamos. En este marco, perfectamente comparable, entre aquellos paladines de la confraternidad obrero-estudiantil que fuimos a parar en altísimo porcentaje en una urbanización llamada Saconia -nombre de resonancia aristocrática- sita junto a la Universidad Complutense de Madrid, confluyeron auténticos tiburones del socialismo -Almunia, Hermosín, Barrionuevo, etc- con funcionarios elementales, funcionarios medios, altos dignatarios futuros, la especie de ejecutivos en ciernes y, en fin, un subgénero de obreros con posibles.

Pues bien, enseguida empezaron a perfilarse diferencias entre nosotros a tenor, no ya solo del nivel económico del momento, sino en función de las expectativas que a cada uno proporcionaba su ubicación académico-política, guetos germinales que marcaban el mapa tabernario de la zona hasta el extremo de impeler a la minoría selecta a fundar 'El Pilón' Sociedad Limitada, cuyo objeto social era un pub en que pastar copas y aperitivos sin interferencias incultas. Allí también se elegían socios o clientes clasificándolos según baremo: Ingenieros primero, diputados después y detrás, cual lanceros bengalíes, toda la ralea titulada superior. Ningún practicante o aparejador. Ya digo.