Comienza la sesión vespertina cuando un enfermero anestesista trata de localizar venas que no azulean ni se marcan en la piel suavemente blanquecina. La imagen se detiene morosamente a continuación en un pinchazo puntiagudo en el cinturón del ojo abierto que quiere seguir en movimiento mientras lo invitan al sueño o a la parálisis. Lo humedad se desparrama mojando los entornos del párpado y seguramente las pocas neuronas que la vida ha permitido mantener activas. Y se ha de repetir en varias ocasiones el puyazo -como ante un toro bravo- para que se rinda y entregue a las manos del veterano diestro, que aguarda dentro, tras haber toreado en mil plazas, haber contemplado miles de cansados y velados ojos, faenas, horizontes e infinitos sueños Y te tumban en un quirófano a la bajo una tela o sudario a la espera de que las manos sabias ordenen el mundo caótico o que las máquinas diseñadas por expertos ingenieros practiquen pura y neutra artesanía.

No hay nervios sino expectación, voces humanas que señalan la conveniencia de manifestar lo que ocurre por dentro, aquello que suceda, aunque al mismo tiempo brotan palabras técnicas, como lecciones del maestro adiestrando al discípulo neófito que aspira a ejercer el mismo y delicado oficio de reponer horizontes cercanos y lejanos, paisajes de la infancia o lugares de la ancianidad. Hay movimientos en torno a un ojo saltón que adivina, bajo tierra, rostros humanos que portan gafas, caras de hombres y mujeres que deambulan, se agitan y permanecen atentos a los fluidos que emanan de las máquinas y a los latidos, espasmos o agitaciones de un ojo que contempla cómo lo miran desde un balcón, desde una terraza, como si estuviera arriba, colgados en el cielo, contemplando el cristal, la órbita, el cristalino, la piscina acuosa, el archipiélago rodeado de islotes mientras que debajo de las aguas sumergidas se afirma un paisaje marítimo de débiles tonos azules, casi grises, sin la intensidad del mar mediterráneo. Y empiezan a salir por los rincones un enjambre de gusarapos que se bañan en un charco añil, en un acuario claro, con moscas galopando que emprenden el vuelo tan pronto las aspiran desde el exterior, como si chupando, alguien saciara su sed. Hay un imán que se alimenta de esas pegajosas y molestas moscas que se desplazan cuando un sonido, como ocurría en la fábula del flautista, las convoca.

De pronto el escenario cambia y pronto el amplio mar de la bañera deja espacio a hermosas cavidades que destacan con luz intensa. Un cuadrado cenital, dos ventanas de luz, brillantes, o dos rectángulos luminosos, de luz cenital, juegan, como en un cuadro conceptual, abstracto, con luces y sombras, con medidas precisas y cambios continuos. Y salen de paseo nuevos espermatozoides a la búsqueda, imagino, de compañía, tal como habían aparecido los gusarapos del primer momento. Y la película prosigue con luces y sombras y voces que anuncian que estamos llegando al desenlace, tras haber pasado rápido presentación y por el nudo. Y mientras se mencionan palabras como cámaras y lentillas, aparecen en la pantalla, desde los mismos exteriores, coronas de laurel, círculos redondos de los que prenden joyas, posiblemente diamantes blancos engastados en fina plata. Y nuevamente resuenan voces científicas y técnicas aduciendo que se acerca el final del edificio tras haber puesto los cimientos, todo un faro en donde solo había oscuridades. Las nuevas imágenes se evaporan con presteza, el robot habla solo afirmando que se ha esculpido en el mármol mientras sellan la luz con esparadrapo y la nueva lentilla se oculta o descansa prisionera en su hornacina a la espera de que genere vida, sensaciones, impresiones, pensamientos, hasta que pueda ejercer su oficio estético, preciso en esta tierra que guarda tanta belleza de toda clase,

Y se entra con el miedo preliminar que engendra la incertidumbre, el desconocimiento, el misterio de los cambios que la naturaleza concede, bajo la tragedia de viejos antepasados que entraron en el santuario de la ceguera en siglos pasados. Con la mirada turbia y el semblante serio, cual corresponde a las películas que se nos antojan dramáticas. Y sales del cine con la certeza de haber soportado con entereza los incidentes que la desgracia nos manda, de haber visto una comedia divertida en donde se divisa el color de los dibujos animados. Y dejo constancia en estas apresuradas palabras de aquello que ocurrió en una operación que se dignaron efectuar las hábiles manos de don Manuel Piné mientras asesoraba a una su discípula en una tarde de otoño, pero de calor primaveral. Y yo, mientras ellos trabajaban, me fui al cine para seguir atento una película ciertamente extraña, de luces y sombras, una película con segunda parte hoy mismo, lunes 30, cuando haya aparecido este papel que me mandó escribir la autoridad competente. Una película llamada Cataratas II.