Pese a que en una comunicación impresa del Censo Electoral de Muria recientemente recibida se me considera poco menos que analfabeto al afirmase en ella que mi nivel de estudios es inferior a graduado escolar o ESO, debo recordar a quien corresponda que una cosa es el dicho nivel y otra muy distinta el bagaje cultural de cada uno.

Pero sí, efectivamente, no poseo títulos enmarcados que poder colgar en las paredes de mi estudio. Nunca he pisado el umbral de una escuela ni el de un centro de enseñanza media y mucho menos el de una universidad, como no haya sido en plan de visita. Mis universidades fueron las celdas del penal de Carabanchel, allá por la década de los años setenta del siglo pasado, con los cincuenta ya bien cumplidos. Mis maestros fueron Nicolás Sartorius, Tamames, el poeta Carlos Álvarez y otros de no menor talla intelectual; si bien cuando llegué allí, y no precisamente voluntario, ya llevaba un ligero barniz de desinformación adquirida en la fuerzas armadas franquistas. Mea culpa.

Con anterioridad ya había aprendido a versificar. Lo cual como todo el mundo (menos los troveros) sabe, no es lo mismo que hacer poesía. No obstante, pronto intenté hacerla en sonetazos a base de ripios y lugares comunes; los cuales, a medida que fui descubriendo lo que en mi opinión actual debe ser el arte de Gonzalo de Berceo, fueron yendo a parar a la papelera.

Mi gusto por la poesía ha pasado por un largo calvario que va desde la truculencia de Espronceda y Núñez de Arce a la luminosidad de Fray Juan de Yepes y Góngora; pasando, naturalmente, por Rimbaud, Espriu, Federico y otros cuya nómina ocuparía todo el espacio de que dispongo. Tanto es así, que a la hora de hacer la selección para mi antología 'Los días de más allá del tiempo', sólo salvé a trece o catorce de dichas estrofas de catorce renglones. Vaya por delante la que considero menos mala titulada 'Al Cristo redivivo'. Y que conste que no es autocrítica, sino vanidad de vanidades, etc.

¡Cuánta cruz por tan poco! ¡Cuánto azote/

por morder la manzana

hermafrodita!/

La estirpe de Caín ya fue

maldita/

y puesto en entredicho el

Iscariote./

Si encontrando otro chivo en que se agote/

la saña de Luzbel, la Sulamita/

se hiciera lesbiana, ¡agua

bendita!/

Al toro se le vence en el

derrote./

Pudiendo delegar en otros jueces/

y en los sabios doctores de su

Iglesia,/

nunca debió parase en

nimiedades./

¿Por qué echarse a la espalda las ciudades/

que devastó Alejandro o las mil

veces/

que fornicaron Safo y la

Lucrecia?

De todas formas, en la citada antología se incluye otra de dichas composiciones que no figura entre las demás y de la que el profesor Fulgencio Martínez dice que es toda una obra de arte. Pero se trata de algo así como un himno al demonio, en el que no creo, diga lo que diga Benedicto XVI desde su infalibilidad, en la que tampoco creo demasiado. Pero, así y todo, me arrepiento de todo corazón de haberla escrito y más todavía de haberla dado a la imprenta.

Cierto es, sin embargo, que creo ya haber sido absuelto de ello. Pero mucho me temo que cada vez que alguien lo lea, no sea el lector quien cometa sacrilegio, sino yo mismo en calidad de reincidente O sea, que estoy metido en un embrollo de conciencia del que no sé como salir. De todas formas, me queda la esperanza de que el buen humor sea un eximente a los ojos del Buen Dios, ya que forzosamente el humor tiene que ser uno de sus atributos. Pero, con todo, no me negarán ustedes que aquello de dejar caer sendos artefactos atómicos sobre Sodoma y Gomorra fue una mala broma.