Acudo al verso de Miguel Hernández por poner el primer pie de esta crónica material en lo poético. Pronto he de decir que la crisis en general ha llegado hasta ese legado natural del cultivo de la almendra que nos sirvió siempre de alivio, las diez de últimas de los demás fracasos económicos, de forma contundente. En la región de Murcia se cultivan 70.000 hectáreas de almendros de diferentes variedades: marcona, desmayo, comuna, mollar, etc. y 20.000 agricultores a tiempo total o parcial viven de tan generoso fruto o se ayudan lo suficiente con él para levantar sus haciendas y sus modestas economías.

Parte de la última cosecha, que coincidió a la hora de la recogida, con días de lluvia, la he visto negra en los árboles y después medio enterrada en el suelo, al pie de los troncos valiosos, caída y abandonada en un espectáculo doloroso para quien sabe de su valor en otro tiempo. Convertida en alimento para jabalíes. En el de ahora, su precio de venta, libre o en cooperativas, su cotización en el mercado, no alcanza a cubrir los costes de su recogida. Familias enteras, que antes contrataban jornaleros, recolectan con sus pobres medios, la almendra de cada verano, para que pueda rendir en algo su precio y también para ayudar a los árboles a la supervivencia.

Dicen que es la competencia americana, la de almendra de peor calidad que la mediterránea, la que empobrece el mercado y su precio; la verdad insensata es que el agricultor pierde dinero con este producto estupendo y resistente, y cuando es manufacturado para la industria del turrón o el dulce, el precio final del consumo resulta prohibitivo a la mayoría de los bolsillos. Es la tremenda contradicción y paradoja de lo agrícola; si bien, teniendo en cuenta que la agricultura es un recurso que se encuentra a nuestro alcance, en el último escalón de la pervivencia, su pérdida es una catástrofe ilimitada.

Conozco agricultores que han abandonado ya los cultivos, los almendros a su suerte, a su mala suerte; no labran, no talan, no recogen el fruto, poco o mucho, que el árbol haya dado en el milagro anual. Y es una pena enorme que esto ocurra sin poner soluciones. Murcia, rica región almendrera, debiera sacar partido hasta turístico de esta belleza; en el mes de febrero nuestros campos brillan de nata -recordando al poeta- de rosa inmaculado. Debieran hacerse rutas en su floración como hacen en Extremadura con los cerezos en flor de allá del Valle de Jerte.

La almendra es un bien maravilloso -siempre lo fue- para los murcianos; pongamos, pues, los medios administrativos para hacerlo rentable, para que pueda seguir siendo ese recurso de muchos hogares campesinos de las zonas más desprotegidas, de las que, además, menos agua necesitan. Con urgencia.

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