¿Los han visto? Sí, sí. ¿Han visto ustedes a los columnistas que me rodean en estas páginas? Fíjense bien. ¿Qué pinto yo aquí entre estos señores que me observan desde arriba con cara de pocos amigos? Algunos tendrán más de 250 años... Son ilustres personalidades del mundo de la cultura, el periodismo y la tercera edad. Lo que no entiendo es por qué tienen esa media sonrisa tan rígida en la cara. Parece que acabaran de enterarse de que la semana que viene tienen cita con el urólogo.

-Jovencita, no diga usted inconveniencias. Mi próstata está perfectamente, no como su cerebro. Está claro que usted no tiene ni la más remota idea de quién es Gumersindo Lafuente, ni conoce la fiereza de las hordas sarracenas, por no hablar de su sublime ignorancia con respecto a las ayudas del FROB. Señorita, le faltan 40 años de experiencia y una licenciatura en Lenguas Complicadas para entender, en toda su trascendencia, la gravedad de los asuntos que aquí se tratan. Déjese de bagatelas y limítese a hablar de jefes gritones y esas frivolidades de mujerzuela impúdica que tanto les gustan a sus amigas del Facebook.

¿Del Facebook? ¿Pero qué dice? Si yo soy del Tuenti. En fin... Tras observar detenidamente a los que me rodean me doy cuenta de que las opiniones respetables proceden, necesariamente, de maduritos encorbatados. Nunca me había parado a pensarlo, pero es un hecho irrefutable: sólo los hombres de cierta edad están capacitados para tratar los problemas importantes de la vida (y no me refiero a la disfunción eréctil, que conste).

¿Será que las mujeres sólo sabemos hablar de zapatos, cotilleos, intimidades conyugales y compresas? ¿Será la banalidad el rasgo distintivo del bello sexo? Ya lo decía el filósofo cabrón: "Las mujeres permanecen niñas toda su vida: perciben sólo lo más cercano, se ciñen al presente, confunden las cosas con su apariencia y anteponen frivolidades a los asuntos más importantes".

-Señorita, si vuelve usted a referirse a Arthur Schopenhauer como 'el filósofo cabrón' solicitaré inmediatamente a dirección que le retiren esta columna. ¡Qué desfachatez más demagógica y chauvinista! ¡Bizcotur! No diviso ni un solo brote verde en su horizonte...

Está bien. Me rindo ante la evidencia: la erudición es cosa de caballeros. Con todo, imaginemos por un momento que la mujer puede ser tan inteligente como el hombre. Si la naturaleza nos hubiera dotado de capacidades intelectuales similares, entonces, ¿por qué no podemos recordar el nombre de una sola fémina con una genialidad equiparable a la de Sócrates, Cervantes o Galileo? Por increíble que parezca, yo tengo la respuesta. Tras revisar detenidamente la 'Crítica de la razón pura', empaparme de las teorías de Wittgenstein, y consultar el índice Nikkei dos o tres veces, puedo decir con orgullo que he llegado a la verdad del asunto: las mujeres inteligentes han padecido durante siglos el síndrome de 'la Señora Colombo'.

Seguro que recuerdan al entrañable teniente Colombo, ese simpático detective con pinta de borrachín desaliñado que resolvía hasta el crimen más enrevesado con una parsimonia prodigiosa. En todos y cada uno de los capítulos de la serie hacía alusiones continuas a su mujer ("este cuadro le encantaría a la Señora Colombo", "la Señora Colombo ha leído todos sus libros" o "me encantaría quedarme, pero me espera la Señora Colombo"). Sin embargo, ¿podrían describirme a la susodicha? Nadie puede hacerlo, porque ella jamás apareció en pantalla.

La Señora Colombo era invisible a los ojos del espectador. No existía ante el gran público. ¿Y si las grandes pensadoras de la humanidad hubiesen sido silenciadas por la historia al igual que la señora Colombo ante la audiencia? Si la esposa del teniente hubiese dado la cara y, al igual que ella, las filósofas, matemáticas y demás súper hembras del mundo, hoy no asociaríamos por defecto la inteligencia al rostro masculino, esto es, a la jeta del madurito encorbatado. Por favor, Señoras Colombo del mundo, déjense ver, háganse oír y, sobre todo, explíquenme de una vez por todas quién es ese tal Gumersindo Lafuente.