Aitana Alberti me ha invitado a Cuba para asistir a un homenaje recordatorio de su padre. No puedo ir, pero me quedo con las ganas. Yo quería mucho a Rafael. Por recuerdos de amigos y tarjetas postales, ya le conocía antes de poder ir a Roma a verle personalmente. Y eso fue en diciembre de 1971. Estuvimos con él los diez días que duraba la estancia en Roma. Era divertido, amable, cultísimo. Y uno de los poetas más importantes de la historia de la literatura española, que guardaba a España en las alas de sus metáforas. Vivía con su mujer en Vía Garibaldi, en el corazón del Trastévere, dónde íbamos a verlo como quien va a aquella ciudad en peregrinación al Papa. Así se lo dije a él y a María Teresa León. Y se moría de risa. Cuando volvió a España con la mano tendida, le veía con muchísima frecuencia. Vino así conmigo a Murcia y a Lorca. Y yo sentía a su lado su poesía con la luminosidad y la grandeza de un poeta irrepetible. Y guardo un caudal de versos y dibujos suyos que conservo como tesoros de su generosidad.

Murió María Teresa y lo sufrimos. Porque con ella moría la "memoria de una melancolía" excepcional. De aquella España derrotada, que nunca vencida, sobre la que yacía lo mejor e nuestros intelectuales. María Teresa era de una singular belleza por fuera y por dentro. Mi tía Ángela y mi tío Pedro Ruiz la querían muchísimo y fueron de las pocas personas que iban a verla en su larga y cruel enfermedad.

Hace diez años, la madrugada del día 28 de octubre, moría Rafael en el Puerto de Santa María. Y en el centro Dulce María Loynaz, de La Habana, que conozco muy bien, justo en el salón Federico García Lorca, se hablará de él dentro de unos días. Aitana conoce la obra del poeta mejor que nadie, y es una buenísima poeta también, como Alex Pausides, su marido.

Ay, Cuba de mi corazón. Cómo me gustaría volver una vez más. Pasear por el Malecón o desde la Catedral hasta la Plaza Vieja "mirando bien de cerca lo que antes no tuve ni podía tener", en palabras del enorme poeta Nicolás Guillén, que hizo una poesía para cantar y bailar en su Songoro Cosongo.

Cuba es una ciudad bellísima que necesita ayudas externas para una restauración total. Porque allí no se ha tirado nada, y todo parece vivir otro tiempo. En Cuba no existe el tiempo, ni en su arquitectura, ni en sus miradores al mar, ni en el afecto de sus gentes a quienes les visitan. Se trata del respeto a la historia, a todo lo que los pueblos que no viven de la especulación ni de la codicia son capaces de fomentar: el amor a su pasado.

Me siento cubano como me siento romano. Son dos ciudades a las que les tengo un especial afecto. Llevo a Roma en la mirada y a Cuba en el corazón. Por eso me gustaría estar allí dentro de unos días, con mis amigos, con Aitana, con Alex, con Danielito y Margarita, Ricardo y Alicia, que supongo andan bien de salud; y con el formidable músico Rey Montesinos. En uno de mis viajes a La Habana, queriendo saber lo que pensaban los cubanos sobre Rey, le pregunté a un taxista: "¿Y Rey Montesino...?". "Ese es el mejor músico de América Latina, compañero", me contesto sin vacilar.

Si Obama dejara sin efecto, y definitivamente, el bloqueo de Cuba, que es un asunto terrible y funesto para el pueblo cubano, y se dejara de ver como enemigo a un pueblo digno que vive su extraordinaria revolución y que no desea ser invadido por otra vía distinta a la solidaridad de su democracia popular, que podría hacerles retroceder a los tiempos del dólar, aquellos tiempos de los ricos y los pobres -entonces eran esclavos sin derecho alguno-; si eso pasara, si les dejaran vivir, Cuba saldría adelante con menos apuros.

Pero qué manía la de los presidentes de USA de que Cuba cambie su revolución por la democracia del dólar. Pero si eso es imposible, y por muchas razones: por el reparto de tierras y casas entre las capas populares, porque no existe la propiedad privada, por el orgullo nacional y por su revolución, la más romántica de cuantas ha visto este mundo. No cabe allí otra cosa que dejarles vivir y ayudarles. Comprenderles y ser amigos. Y que sea lo que ellos quieran. Lo demás, es producto de razones ideológicas que nada tienen que ver con los destinos elegidos por los pueblos.

Ay, Cuba, siempre en mi corazón, llamándome desde el Son, desde sus valores, desde la heroicidad de sus gentes, desde su amor por España, desde sus maravillosos rincones, donde un poquito de ron y una larga conversación te hacen disfrutar en aquel aire limpio, en aquellas puestas de sol donde la educación y la cultura son símbolos populares.