El levantamiento parcial del sumario del caso Gürtel ha puesto a prueba, nuevamente, el liderazgo de Mariano Rajoy al frente del PP. Pero su respuesta lenta, poco decidida (a diferencia de la siempre activa Esperanza Aguirre, que ha expulsado a tres afectados de los suyos), resulta poco satisfactoria.

Bajo el "hemos hecho todo lo que podíamos hacer", pronunciado por la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, subyace una doble sospecha. Por un lado, que a Rajoy le cuesta imponer su autoridad sobre ciertos barones del partido (léase Francisco Camps) a la hora de soltar lastres evidentes (como el de Ricardo Costa, secretario general del PP valenciano y reacio a dimitir, pese a su afición a coches y relojes caros constatada en el sumario).

Por el otro, Rajoy se limita a esperar que escampe, aunque las nuevas revelaciones amplíen la trama más allá de Valencia. Rajoy cree que el desarrollo judicial del caso será muy largo y, hasta ahora, el asunto no ha afectado a la intención de voto del PP, que mantiene una ventaja entre dos y cuatro puntos sobre el PSOE.

El tiempo juega a su favor. La mala gestión de la crisis por parte de Zapatero y la presumible larga duración de la misma en España pueden dañar al PSOE, aunque ahora los medios anden ocupados con Gürtel y la trama de Millet (¿casualidad que estos dos casos perjudiquen a PP y CiU, justo cuando dichas formaciones van por delante de un PSOE y un tripartito catalán castigados por la crisis?).

Con todo, Rajoy (y los demás) no deben olvidar que, si se generaliza entre la opinión pública el latiguillo del 'todos son iguales', crecerán las formaciones con mensaje simple, demagógico y populista. Y estos partidos no ganan elecciones; pero pueden impedir ganarlas a los que parecían en condiciones de hacerlo.