Durante estas vacaciones de verano he asistido -directa o indirectamente- a unas cuantas situaciones curiosas que me gustaría compartir con ustedes. La primera de ellas sucedió hace un mes. Un hombre de unos cincuenta años intentaba aparcar su Peugeot 406 en la esquina de una calle donde había unas hermosas franjas amarillas que señalaban claramente que estaba prohibido aparcar. Como el coche era más grande que la esquina y había otro situado justo detrás, le quedó el culo de fuera, invadiendo parte de la calzada. Me refiero al culo del coche, claro, porque el culo del hombre estaba a la altura de su cerebro. Ni corto ni perezoso, el tío se bajó del coche rascándose ciertas partes y comenzó a caminar hacia el súper. Entonces, una joven le llamó la atención amablemente pidiéndole que echara el coche un poco hacia delante, ya que ella no cabía con el suyo. El hombre comenzó a gritarle entonces que cómo era eso de que no cabía, que si no sabía conducir y lindezas por el estilo. Cabreado, subió al coche e intentó unas cuantas maniobras bastante bruscas, pero como no logró ajustar el coche al espacio, dio marcha atrás a toda leche y salió derrapando cagándose en todo el santoral.

Otro día, mientras estaba en la playa, comencé a escuchar una conversación que me resultó muy interesante. Un hombre estaba hablando con otro sobre el calor. Uno de ellos decía "entre la caló que hace, las pedalás que tengo que dar y las niñas que están mu buenas en biquini, tengo unos suores que mare mía". Lo mejor vino cuando levanté la cabeza y vi que el animal que profería semejantes mugidos no era otro que un policía municipal que hacía vigilancia de playas en bicicleta.

Otra situación que observé sucedió en un conocido centro comercial. Una señora se encontraba a la salida de la zona de los cajeros interrumpiendo el paso al resto de compradores. Al parecer, estaba buscando una moneda de un céntimo que se le había caído. Como la moneda no aparecía la muy cabrona, la mujer miraba al resto de clientes como si fuesen culpables de un presunto robo. Uno de los jóvenes intentó pasar entonces con su carrito para recoger su compra. En ese momento, la mujer le dio un empujón al carro y, en un perfecto francés, comenzó a insultar al joven, que se quedó perplejo por lo que estaba viendo. Ese mismo día, ya de madrugada, mientras estaba en el balcón de mi casa intentando refrescarme, comencé a escuchar un ruido sordo como de tormenta tropical. Los cristales comenzaron a vibrar y el vaso de agua comenzó a hacer circulitos como en Parque Jurásico cuando se aproximaba el T-Rex. A los pocos minutos apareció un coche con dos treintañeros encebollaos y la música a toda pastilla. Mientras uno bajaba para sacar dinero del cajero, el otro aprovechaba para sacar otra cosa y dejar su firma en la pared de La Caixa.

Durante este verano se han producido en nuestro país dos hechos lamentables de violación de menores por parte de grupos también de menores. Durante esos días, los expertos y contertulios se preguntaban qué les pasa a los jóvenes de hoy, qué tipo de educación reciben esos jóvenes en los colegios e institutos. Sin embargo, todas las personas que he descrito en este artículo -y otras de igual catadura- superan con creces los 40 años. Lo que hay que preguntarse, por tanto, no es qué educación reciben los jóvenes en la escuela, sino qué tipo de ejemplos reciben de la sociedad.

Ahí es dónde radica el inicio de toda futura degeneración y del creciente canibalismo moral.