Prefiero el sexo' es uno de los títulos que Corín Tellado firmó bajo el seudónimo de Ada Miller para la colección Especial Venus de la Editorial Bruguera. Entre 1978 y 1979 escribió hasta 26 novelas como esta, todas ellas de contenido erótico. La elección del nombre falso que bailaba entre Ada Miller y Ada Miller Leswy, como si en algún momento la firmante hubiera contraído nupcias e hubiera incorporado en un discreto segundo lugar el apellido del marido, no fue azarosa. Muerto Franco, hacía escasos tres años, el destape se coló en la literatura de la Tellado fingiendo ser una atrevida extranjera cuyas novelas eran simuladamente traducidas del inglés. El apellido Miller era un guiño al pornográficamente brutal Henry Miller al cual la escritora había leído con especial admiración y devoción en su juventud. De esta forma, María del Socorro, Socorrín, Corín, se sacudió de la falda con un manotazo todos aquellos comentarios que, de la mano de intelectualoides varios, venían a acusarla de pacata y estrecha. Fue Corín injustamente tratada, debido a algunas inercias modales todavía lo es, en todos aquellos momentos en los que se la dibujó como un ama de casa que entre puchero y puchero y pasar el plumero le daba a la tecla de su Olivetti para componer almibaradas historias de amor con final feliz, o sea, en boda.

La asturiana, que estudió para más señas en colegio de monjas, fue incansable lectora, entre sus favoritos aparecían los nombres de Alejandro Dumas, Balzac y un sinnúmero de franceses, entre los españoles jamás ocultó su predilección por Miguel Delibes y consumía con avaricia las novelas eróticas de Pedro Mata; pero si fue incansable lectora fue más infatigable escritora. Tellado, que comenzó a escribir sobre el amor de oído pues era muy joven cuando su padre falleció y se lanzó a ganar dinero contando historias, no dudó en ningún momento en incluir escenas que llevaban beso cuando nadie se atrevía a insinuar ni tan siquiera un coqueto y tímido parpadeo de ojos llenos de deseo. Aquella a la que acusaron de reprimida, se la coló en innumerables ocasiones a la censura envolviendo tórridas secuencias en la manta del sentimentalismo.

Cabrera Infante, que fue su corrector durante muchos años, para pasar a ser posteriormente uno de sus analistas, la definió como el puente entre la narrativa erótica y la pornográfica. Vargas Llosa no supo resistir la tentación de ir un día a visitarla a su casa movido por su enorme admiración y describir una jornada de trabajo de la prolífica Tellado, que casó joven como si fuera una de las protagonistas de sus novelas, pero que, a diferencia de ellas, no dudó en solicitar la separación de su marido, cuatro años después, con dos hijos pequeños, porque aquello no funcionaba. Contaba Vargas Llosa que a la asturiana la inspiración le pillaba trabajando pues se levantaba cada día a las cinco de la mañana y se encerraba en un sótano sin ventanas a pelearse con la máquina de escribir durante diez horas seguidas, con un descanso breve para tomar un refrigerio. De allí salía con cincuenta páginas que venían a ser exactamente la mitad de una novela, pues sus dimensiones nunca excedían las cien. Ni reescribía ni corregía, le salía de corrido, que si de algo se quejaba Corín era de que su cabeza iba más rápida que su mecanografía.

El desprendido Francisco Umbral, otro de sus seguidores, alababa en ella el hecho de que fuera capaz de idear en la posguerra "el erotismo del corazón, el erotismo de los sentimientos" y la equiparaba con Gustave Flaubert diciendo: "Corín es el Flaubert macho que se inventa en la posguerra una fórmula literaria para burlar la censura: la novela de amor sin sexo, la novela de sexo sin sexo".

La propia Tellado restaba importancia a todo lo que hacía explicando que escribía escenas sensuales sentadita en un sillón con las rodillas tapadas por una manta mientras tomaba un chocolate. Un chocolate no está mal, pero ella, como reza el título de su novela, prefería el sexo.