El paisaje nos identifica, nos define, nos emociona, nos mueve, observa nuestras vidas y las protagoniza.

El paisaje es tanto ambiente como cultura, tanto realidad como historia, tanto parámetro de estudio como emoción colectiva, tanto el escenario de los procesos como el sufridor o el beneficiario de los procesos mismos. La identidad colectiva, la esencia y hasta el orgullo de ser de un grupo humano está basado, finalmente, en la naturaleza de sus paisajes. Lo hemos visto en novelas, en películas y en ensayos tanto científicos como filosóficos. Lo hemos escuchado de nuestros abuelos y lo hemos trasmitido a nuestros nietos. Hemos añorado nuestros paisajes en la lejanía y los hemos alabado ante forasteros. El paisaje como la esencia del ser colectivo y el resultado de una historia común. Ni más ni menos.

Ayer, en las Jornadas de Paisaje de la Región de Murcia coordinadas por el jefe de servicio de ordenación del territorio, Antonio Clemente, el consejero José Ballesta y el director general Antonio Navarro dieron a conocer ante un numeroso grupo de especialistas y profesionales el nuevo Atlas del Paisaje de la Región de Murcia.

Un rápido vistazo a este excelente trabajo, que recopila los estudios sobre los paisajes más emblemáticos de toda la Comunidad Autónoma, nos da una idea cabal del valor y las oportunidades de gestión y conservación de nuestra tierra. La obra recopila casi una veintena de tipologías de paisaje e incluye una propuesta de itinerarios que en conjunto ofrecen una completa panorámica de los elementos naturales y humanos constitutivos de la rica y compleja realidad de una región como la nuestra. Mi enhorabuena a los autores del atlas, como los geógrafos Antonio Prieto y Carmen Tortosa, y a los profesores universitarios que lo han asesorado.

Cada vez queda más claro que el paisaje, como síntesis de todo lo que ocurre en el territorio, es el elemento que más potentemente es capaz de representar la historia, la cultura y la identidad de una tierra, que no es poca cosa. Por eso es tan importante apuntarse al carro del estudio, la gestión y la conservación de los paisajes aplicando en esta región unas dinámicas de desarrollo que tengan radicalmente en cuenta las necesidades de los paisajes, que son en definitiva nuestras necesidades propias. Las culturales, las ambientales, las económicas, las turísticas y hasta las identitarias.

El Atlas de Paisaje, y los trabajos que sobre este asunto se están desarrollando desde el departamento de ordenación del territorio, es un buen punto de partida para que todos -políticos, técnicos, ciudadanos- volvamos nuestra mirada crítica, sensible y comprometida hacia nuestro entorno. Los paisajes, tanto los urbanos, como los más o menos naturales y los intervenidos, indican muy bien cómo son todos los procesos, ya que todo lo que se hace en los territorios es directa o indirectamente perceptible, y todo lo que se deja de hacer desencadena procesos que trasforman la visión y la esencia de los paisajes, como cuando se abandonan los cultivos o se dejan de mantener edificios o hitos agrarios.

Y también es el paisaje un perfecto objeto de estudio, de intervención y de planificación. Nos parece que el territorio funciona por sí mismo, pero no es cierto. Como en otros elementos, también el paisaje tiene detrás un concepto técnico, unas orientaciones normativas y de planificación y una clara necesidad de concienciación social y de gestión por parte de las administraciones. Por eso de nada serviría que planificadores, conservacionistas, proyectistas o legisladores se pusieran de acuerdo en una misma concepción de las necesidades del paisaje si esa condición no se extendiera a todos y cada uno de los interventores sobre el territorio.