Pues bien, tenemos que hablar y de qué hablar. España frenó a Estados Unidos en todas las facetas del juego, incluido el modesto marcador norteamericano. Este esfuerzo de cocción lenta, una red tendida con parsimonia desde la primera batuta de Ricky, resultó estéril. Faltó la remontada, el punto de inflexión. Los españoles nunca se adelantaron, no tomaron el relevo a un líder cansado.

Yo confieso. Habíamos sobrevalorado a Estados Unidos, y sobre todo habíamos infravalorado al gigantesco equipo español. Como un periodista nunca se equivoca, la culpa corresponde a la selección, por su inhibición casi delictiva ante Croacia y Brasil. Sin embargo, el centenar de puntos de ventaja acumulados ante Lituania, Argentina y Francia debieron matizar nuestro análisis facilón.

España no jugaba contra un equipo de la NBA. España jugaba con un equipo de la NBA, porque diez de los doce hombres de Scariolo figuran o han figurado en la liga profesional. Y no de comparsas, según acabamos de ver. La pausa imprimida por Gasol y compañía fue letal para presuntos mitos como Kevin Durant, que hizo de Claver o viceversa y se dejó arrebatar incluso un balón por el fichaje del Barça.

Temíamos que España se estrellara contra la gran muralla estadounidense. Sucedió todo lo contrario. Si hubiéramos ­Y pensar que me negaba a ver este partido, para no agrandar la derrota con la humillación innecesaria del arrancado con la convicción de que disponíamos del mejor equipo de los Juegos, tal vez estaríamos en la final. Después de sufrir dos tapones en los dos minutos iniciales, tiene un mérito tremendo ralentizar a jugadores como Anthony o Irving. Alinear simultáneamente a Navarro, Rudy y Llull ante el imperio galáctico requiere una confianza brutal en las posibilidades propias. A propósito, el menorquín confirmó que es el mejor jugador que nunca ha pisado la NBA.

Mantener la desventaja es tan difícil como conservar la ventaja. España se aplicó a congelar su sistema cardiaco para mantenerse agazapada, a un paso de Estados Unidos. Le faltó asestar el zarpazo definitivo, pudo intentarlo incluso en el último cuarto. Los estadounidenses parecían desorientados, agarrotados por la responsabilidad. Extraviaban rebotes defensivos, en ningún momento ejercieron la presión implacable que no cortaba cada jugada sino cada pase de Argentina.

España ha sido la única selección de su grupo que ha alcanzado las semifinales. Se trata de un motivo de orgullo por el liderazgo que comporta, pero también traslada un reproche amargo. ¿Por qué no acabó en la primera posición del sexteto? Ha quedado claro que podría haber calculado telescópicamente una final contra Estados Unidos, en lugar de cruzárselos en las semifinales.

Pese a todo, los discípulos de Scariolo tutearon al coloso sin apearse de su desconfianza en la defensa y su fe ciega en el arrojo ofensivo. Como nos enseñó Antonio Díaz Miguel, la medalla de plata entristece porque se gana perdiendo un partido, y la de bronce es fruto de la victoria. Esta evidencia no consolará a una selección masculina que preferiría el destino finalista del equipo femenino.