España ocupa el lugar número trece en el medallero olímpico, en el momento de escribir este artículo. Es decir, pierde doce de cada trece competiciones que disputa. Sin embargo, el fervor de los comentaristas televisivos induce a pensar que las gana todas. Los cronistas deberían saltar a la pista, visto que demuestran mayores dotes y entusiasmo que los deportistas españoles matriculados en Río´16.

Nuestros comentaristas nadan, corren, saltan y montan el caballo con anillas mejor que los profesionales. Su frenesí victorioso alimenta la falsa ilusión del espectador, intensifica el desengaño posterior. Henchidos de entusiasmo patriótico, solo les falta reclamar el apoyo para Rajoy, al fin y al cabo estamos en territorio RTVE. Hablan de "un set para cada contendiente" en un combate de boxeo, pero aquí no se juzga su pericia indiscutible, sino su intachable preparación física.

Los comentaristas cantan las marcas previas del deportista español, su progresión imparable. Destacan a continuación su intervención en la prueba en cuestión, aunque el espectador aprecia que nuestro representante marcha en sexta posición y bajando. Aguardas el momento en que el cronista intercalará un "pero" entre tantos laureles, seguido de la inevitable constatación de la derrota. Ha sido el mejor enfrentamiento de la historia de los Juegos, ha estremecido a Brasil entero. Y perdimos, vaya usted a saber por qué.

La historia siempre fue una ciencia dudosa, pero los comentaristas de Rio´16 abusan de nuestra credulidad. La situación empeora en algunas radios, donde el oyente no dispone de la verificación de las imágenes. La inflación artificial de los méritos propios urgía cuando España era el carpanta del deporte internacional. Desde que vencemos en igualdad de condiciones en todas las disciplinas, la sobrevaloración de méritos es superflua aunque se agradezca la combatividad suplementaria de los enviados especiales a Brasil. Érase una vez un mundo en que los Juegos se disputaban cada cuatro años.

El actual ciclo informativo de 24 horas exige un calendario deportivo de la misma duración. La intensidad ha de ser creciente, aunque pases de Usain Bolt a una plácida partida de golf. Y pese a la flexibilidad periodística, que permite transitar a un asunto que no se domina desde otro que tampoco, el traslado de la información económica internacional al bádminton se suaviza mediante la exageración. Los comentaristas nos dan más medallas que los atletas. Que corran ellos.