La única meta del olimpismo que el Comité Olímpico Internacional no ha logrado corromper es la igualdad sexual. Las disciplinas masculinas y femeninas son indistintas, en cuanto igualmente distinguidas. Simone Biles es la única gimnasta de cualquier género cuyas actuaciones reproducimos en youtube. Las gestas de Mireia Belmonte y Alba Torrens en un solo miércoles superan las aportaciones del deporte masculino español en lo que llevamos de Rio´16.

España es femenina, así en la política gracias a Zapatero como en el deporte gracias a Pasqual Maragall. Para averiguar si su medio de comunicación favorito se ha incorporado a la paridad deportiva, analice el titular que han ofrecido al oro en 200 mariposa, un formato tan inhumano que solo un profesional puede cubrir esa distancia sin bajar los brazos. Quienes han titulado "Mireia Belmonte consigue la primera medalla de oro de una mujer española", se mantienen en la actitud condescendiente de que uno de los sexos todavía tiene que justificarse. Se margina a la campeona olímpica a su género.

En cambio, el titular "Mireia Belmonte logra las únicas medallas españolas de Rio´16" fija correctamente su atención en que la igualdad ha venido para quedarse. Torrens no carga todavía con una medalla, pero sus 32 puntos en un partido fijan un dato solo al alcance de monstruos como Epi, Sibilio o Gasol. Ante los asombrosos australianos, el estadounidense Carmelo Anthony obtuvo 31 y se hablaba de actuación memorable.

Conviene recordar que el público también abarca dos sexos, y que las audiencias favorables a las disciplinas masculinas no solo estaban formadas por los machos de la especie. Atletismo y natación se adelantaron a los deportes de equipo en una valoración más equilibrada de hombres y mujeres, que a su vez predominaban en las actividades gimnásticas. La gesta de Belmonte, con ese final desordenado en que se hallaba fuera de sí, se produce en una disciplina asimilada. En cambio, Alba Torrens es una revolucionaria porque provoca un seísmo en el baloncesto. Para que se entienda, es como el Rudy Fernández a quien imita no solo inconscientemente, desde la misma manera de desplazarse en la pista. Salvo que ella sigue y el jugador también mallorquín parece maniatado.

(Confesión total: Por supuesto que formé parte del clan de eminentes comentaristas deportivos que despreciaban olímpicamente los choques disputados por mujeres. Sin esconderme, quiero escudarme en que mediaba un abismo cualitativo en las confrontaciones. Y luego llegó Alba).