Es la flamante carta de presentación de un nuevo director norteamericano, el hasta ahora guionista Christian Gudegast, entregado a historias de acción de no muy largo recorrido, que está llamado a ocupar un lugar de privilegio a no muy largo plazo en el decorado del thriller made in Hollywood. Apunta todos los requisitos para ello y su opera prima, un producto de enorme envergadura y elevado presupuesto que rebasa con mucho las dos horas de metraje y que denota unas cualidades evidentes para recrear el clásico esquema del cine de policías y ladrones, lo demuestra con creces.

Aunque tiene algunos defectos que impiden que sea una cinta redonda, por encima de todo una duración desmesurada que no justifica todo su contenido, destila un sabor propio y genuino que permite que se recomiende sin temor a quedar mal.

La trama utiliza ingredientes específicos de un género que sigue plenamente vigente a pesar de que sus mejores momentos los experimentó en décadas pasadas.

Estamos, de hecho, ante un duelo implacable entre dos bandas enfrentadas ante un cebo, el dinero naturalmente, que suscita verdaderas pasiones. Y es que hablamos del Banco de la Reserva Federal de Los Ángeles, que todos los días saca de sus entrañas 120 millones en efectivo para su circulación. Algo que no pasa inadvertido para el grupo de ladrones más profesional de Estados Unidos, los Outlaws o fuera de la ley, que actúan con una precisión única y con esquemas castrenses. Liderados por Ray Merriman, son conscientes de que nadie ha podido hasta ahora culminar con éxito un robo en semejante fortaleza, pero tienen la convicción de que el objetivo está a su alcance.

Lo que más llama la atención es la renuncia a un maniqueísmo que apenas se deja sentir y que fulmina el diseño tradicional de buenos y malos.

No hay un momento de respiro y la propia secuencia inicial, en la que la aparición de una furgoneta blindada sin conductor provoca un tiroteo con muertos en ambos bandos, es una invitación a usar las armas. Hay después un itinerario muy largo que recorrer y a pesar de que no siempre se hace con la misma brillantez, no se llega a perder el rumbo en ningún momento.