Ustedes dirán, y con razón, que para no ver jamás 'Sálvame', para no reírme con sus chuminadas, y para estar al margen de ese submundo, hablo mucho, quizá demasiado, del programa de la fábrica de mentecatos al por mayor. En mi defensa, algunas, varias razones. Esta columna pide carne a diario. La tele es la que es. En verano, ya saben, hay asuntos sin relevancia que de golpe suben al cielo de lo destacado. Y, quizá, por último, no dejo escapar la ocasión de poner a caldo a Paz Padilla, esa pesadilla. Nada de lo que haga o diga me hace gracia. Todo lo que hace y dice me produce unas vomiteras de la leche. Supimos hace unos meses que la pájara, en su abstrusa mala educación, se tiró al calzón de un tal Marco Ferri, producto de Telecinco, cascajo salido de los desmoches de 'Gran hermano', y le rompió el vaquero tratando de tocarle el calabacín de su jardín.

Creo que fue así, o parecido. Fantástico. La escena del acoso dio las vueltas deseadas. Si hubiera sido al revés, tío acosa a tía, el asunto no sería "simpático" sino denunciable. Lo último de esta lerda tuvo lugar la semana pasada, y también generó el efecto deseado, que algunos cretinos estemos hablando de lo que no es más que un momento de muy mal gusto, grotesco, y de una zafiedad que sólo se aguanta en Telecinco. La señora, jiji, jaja, encerrada en una jaula como se encierra a las bestias -marca Mediaset, todo chusco en nombre de un humor arenoso y garrulo- fue metida ahí para que no atacara de nuevo al invitado, que volvió a la cuadra. La señora Padilla, en un momento de arrebato teatral y ante los barrotes que la separaban de su pieza, se quitó las bragas y se las dio. Uff, qué mal rollo, tía. ¿Estaban sudaditas? Qué asco, tronca. Sigo sin ser cómplice de la chusma.