Estoy convencido de que más de uno, incluso más de un millón, o muchos millones de espectadores, estarán estos días hasta el esfínter viendo, como están viendo, la pantalla ¿infestada? de maricones, tortilleras, y otros que ni se sabe lo que son. Quizá piensen que es una provocación, eso que llaman proselitismo desde los medios y el poder rosa para que nuestros niños y jóvenes, vulnerables ante semejante banda, acaben en clubes nocturnos de hombres o espatarrados pidiendo guerra en las esquinas. Habrá quien crea que lo del Día del Orgullo LGTBI es demasiado y que ya lo han conseguido todo, hasta casi ser normales, casarse y, despropósito de despropósitos, tener hijos como si fueran de verdad una familia normal.

En los reportajes que estos días saturan la pantalla de la tele, avergonzando a las familias decentes con sus contoneos, con su descaro, incluso teniendo que soportar que mujeres se besuqueen, La Sexta se lleva el premio. Por eso es lógico que los heterosexuales reivindiquen un Día del Orgullo Hetero. No es ninguna broma. Se propaga por las redes esa celebración para contrarrestar el desmadre Homo. Que así sea. A partir de ahora, los maricones darán palizas indiscriminadas a los heteros que encuentren por la calle. A partir de ahora, cuando dos heteros se besen con descaro en público habrá que llamar a la policía para mantenerlas buenas costumbres y preservar de esa nociva influencia a los jóvenes. A partir de ahora, cuando un hombre y una mujer se sientan intimidados por cogerse de la mano, o rechazados por el cura desde el púlpito, habrá que mirar a otro sitio. Cuando pase eso, hala, entonces sí habrá que celebrar el Día del Orgullo Hetero. ¿Mesentiende?