Lo sorprendente no es que haya sido un fracaso comercial y de crítica estrepitoso, hasta el punto de que con un presupuesto de 15 millones de dólares apenas recaudara tres millones, sino que alguien tuviera fe en un proyecto tan desquiciado y grotesco. Por eso es increíble que aglutinara a su alrededor nombres de tanta categoría, con un re- parto avalado por Bill Murray, Bruce Willis, Kate Hudson, Zooey Deschanel y Danny McBride y con un director de la talla de Barry Levinson, responsable de títulos del calibre de Good morning Vietnam, Rain man, Avalon, Bugsy y más recientemente La sombra del actor.

El caso es que su estreno en Estados Unidos no interesó casi a nadie y la cinta pagó con creces su siniestra osadía de acercarse a un suceso real, la trágica guerra de Afganistán, desde una perspectiva desahuciada de comedia bufa con gotas de sátira política. Realmente, increíble.

Rodada en escenarios de Marruecos, que tratan inútilmente de recrear un Kabul de pacotilla, ésta es la alucinante y burda historia de un empresario musical norteamericano en horas muy bajas que se atreve a organizar una gira de su última figura aprovechable, una rockera que no sabe muy bien en qué asunto se mete, por las bases militares estadounidenses de Afganistán.

Naturalmente, apenas han aterrizado en el país oriental la joven desaparece, dejando a Richie compuesto y sin dinero ni pasaporte. Una situación límite que aún se complica más cuando se une a un grupo de mercenarios que se mueven en el desierto, cerca de la frontera con Pakistán. Será entonces cuando el milagro le toque de lleno en forma de voz angelical que llega a sus oídos. Aunque es ya demasiado tarde, apenas la última media hora, la cinta ofrece a partir de esa situación los únicos ingredientes aprovechables y válidos, apoyados en el hecho de que se inspira en un caso real que tuvo como protagonista a una mujer que desafió las tradiciones afganas.