Pocas cosas pueden enternecer más a un niño que un animalillo abandonado, por lo que La casa mágica ya tiene mucho ganado con su peludo protagonista, Trueno, un lindo y expresivo gatito que acaba de patitas en la calle y llamando a la puerta de un caserón regido por un anciano mago.

Magia contra realidad, compañerismo frente avaricia y una ristra de personajes coloristas y bastante cómicos: Ben Stassen y Jérémie Degruson construyen en La casa mágica una aventura repleta de energía tanto o cuanto más aparecen en pantalla el minino Trueno y la serie de cachivaches ideados por el prestidigitador protagonista, un catálogo de inventos manufacturados con restos de fábrica y mucho corazón.

La premisa del filme no sólo trata de dar respuesta a la búsqueda de hogar del gato, sino también a la amenaza de su nuevo amo, el mago, a quien su sobrino pretende expulsarle de su polvorosa mansión y, así, enriquecerse con tal operación inmobiliaria. No estamos ante un punto de partida muy original, pero La casa mágica se beneficia de la ágil animación digital de todos los personajes, su textura y cercanía.

No obstante, el hecho de que parte de sus secuencias se proyecten desde el punto de vista del gato no libra a la película de caer en los tics de los juegos de simulación por ordenador. Ahí sí hubiera sido necesario un acabado más cercano al espíritu payaso y espontáneo de sus protagonistas.