La muerte no es el final: es el principio de un viaje que duele a los que se quedan en este mundo. De ahí que el recuerdo de quien estuvo una vez, y dejó una estela imborrable de bondad y alegría, tenga tanto peso, una vez que esa persona ha cerrado los ojos, rumbo a otro lugar.

Es lo que ocurre en la familia de un hombre muy querido en su Santa Eulalia natal: Juan Lázaro Marín, que fallecía el pasado 23 de marzo a los 87 años de edad.

«La muerte siempre es difícil de aceptar. La de un ser querido muy difícil», admiten desde su familia. Y es que «se ha ido un hombre bueno. Un hombre con ingenio e inteligencia que brillaba allá donde fuere», relatan los que le conocieron.

«Una vida llena de generosidad y alegría». Es lo que tuvo Juan, conocido como 'El Yuli', recuerdan sus parientes. Enamorado de Murcia, vio la luz en el corazón de su ciudad, en concreto en el citado barrio de Santa Eulalia. Allí aprendió a amar a su tierra y a sus costumbres.

Era el menor de los hijos de una familia numerosa. Huérfano de padre, a muy temprana edad se vio obligado, como tantas personas en aquella época, a abandonar sus estudios para ponerse a trabajar y ayudar económicamente a su madre. Lo hizo a pesar de ser un alumno destacado.

Entonces aprendió el oficio de ebanista, al que se dedicó hasta su jubilación y con el que cultivó el gusto por las cosas bien hechas.

Se casó con Isabel, su amada esposa, «a la que adoró hasta su último aliento», apunta su familia. El matrimonio tuvo cuatro hijas: Isabel, María José, Paqui y Juana María. Ellas formaron, junto con sus yernos, nietos y biznieta, el eje de la vida de Juan.

Quienes tuvieron la suerte de conocerle le definen como «una persona muy familiar y entrañable, muy querida por sus hermanos, cuñados y sobrinos».

Juan Lázaro siempre estuvo dispuesto a ayudar a los que lo necesitaban. Por ejemplo, cuidó durante años a su hermano minusválido y posteriormente acogió en su hogar a una tía de su esposa hasta el fin de sus días.

El ebanista destacó por su carácter alegre y por su simpatía innata. La pareja formada por Juan e Isabel era admirada y querida por familiares, vecinos y amigos, y su casa siempre fue lugar de encuentro y fiesta, abierta a todos cuantos le conocían.

«Su vida fue sencilla pero no por ello carente de experiencias importantes que dejaron una huella imborrable en todos los que tuvieron la suerte de encontrarse en su camino», explican sus allegados. Y es que una trayectoria vital en la que la constante es la alegría y el buen hacer siempre deja un buen sabor de boca. Sus hijas lo recuerdan como «transmisor de valores como la lealtad, el esfuerzo o la honradez, pero, por encima de todo, la ilusión».

El pasado 5 de abril tuvo lugar en el templo de Santa María de Gracia, en el barrio murciano del mismo nombre, una misa por su eterno descanso. «Espéranos en el Cielo», le piden sus hijas. Sin duda así lo está haciendo en estos momentos, y desde allí disfrutará del gran Entierro de la Sardina de este año.