De la durísima jornada del referéndum independentista en Cataluña nadie sale ganador. Todo lo contrario. Todos pierden. Todos perdemos. Hasta el punto de generar un desgarro todavía mayor entre la sociedad catalana y el resto de España, que parece muy complicado a día de hoy que se pueda cerrar a corto plazo. Y de condicionar a partir de ahora toda la agenda política en un escenario en el que la mayoría aboga por el diálogo pero que todo apunta, sin embargo, que va camino de generar una espiral de creciente tensión.

El Gobierno tenía casi todos los ases en su mano para salir victorioso. Había desnaturalizado la consulta con la batalla legal hasta el extremo de evidenciar que el resultado no sería homologable al de un proceso democrático. Lo consiguió: nadie duda de que la extraordinaria movilización ciudadana que se produjo ayer en Cataluña tenga algún tipo de efecto. Pero la desmesurada actuación de la policía en la jornada de votación y la falta de relato de Moncloa con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría leyendo una nota y algunos ministros -caso de la catalana Dolors Montserrat- de ruta por las televisiones expuestos a recibir golpes sin argumentos políticos para defenderse arruinaron esa posición de ventaja de Rajoy.

El presidente del Gobierno tendrá, encima, que enfrentarse de inmediato a dos asuntos de gran calado: la posibilidad real de quedarse sin socios para aprobar los presupuestos -el PNV después de lo ocurrido no puede aprobarlos-, lo que le abocaría, quizá, a un horizonte de convocatoria de elecciones en 2018. Y la necesidad, obviamente, de ofrecer alguna solución a la crisis territorial que vive España a raíz del estallido catalán con un partido -el suyo- que, sin embargo, es muy poco flexible en este asunto. Casi nadie en el PP -quitando las propuestas de versos sueltos como Margallo o las opiniones de De Guindos- apuesta por elevar el autogobierno de Cataluña como una de las posibles salidas.

El Govern catalán, por contra, se encontró con un balón de oxígeno. El independentismo estaba en entredicho desde la vergonzosa sesión del parlamento en la que se aprobó la ley del referéndum. Ayer, sin embargo, las imágenes en las calles de Cataluña le generaron un discurso de movilización interno en Cataluña. Las colas en los centros de votación abiertos fueron exclusivas durante todo el día y acudieron a las urnas, incluso, polítcos que habían mostrado sus dudas con el referéndum como la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Y un cierto respaldo desde el exterior: no pasaron desapercibidos los 'tuits' de condena del primer ministro belga, del líder de los socialdemócratas alemanes o de los laboristas británicos.

Ocurre, sin embargo, que el gobierno de Puigdemont tampoco tiene margen de maniobra ni está legitimado para continuar adelante: su referéndum fue un paripé sin ninguna validez y tampoco tiene muchas salidas que ofrecer. No hay posibilidad de negociación con el Estado y la decisión de la Declaración Unilateral de Independencia sería como apretar el botón nuclear que conduciría a un estallido todavía mayor. Así que, a la espera de unos acontecimientos que se producen a ritmo vertiginoso, nadie salió victorioso del envite. Todos perdieron. Y lo que es peor no se vislumbra ni a corto ni tampoco a medio plazo una solución al conflicto.