En el PSOE gana quien más avales tiene. Hasta ahora ha sido así en la única ocasión en que el partido ha celebrado primarias, cuando Pedro Sánchez resultó vencedor con 17.000 votos de diferencia sobre Eduardo Madina tras haber recabado 16.000 avales más que este. La distancia se mantuvo.

Eso era 2014. El bipartidismo había empezado a saltar por los aires (Podemos acababa de entrar en escena con su irrupción por sorpresa en las elecciones europeas), pero los grandes partidos aún no habían asimilado la amenaza.

El panorama es otro hoy, solo tres años después. El populismo campa a sus anchas por Europa y la socialdemocracia exhibe síntomas de confusión en algunos de sus espacios tradicionales. El Brexit ha dejado aturdido al laborismo británico y el partido socialista francés ha quedado prácticamente desintegrado con sólo el 7 % de los votos en las recientes presidenciales, mientras el país apostaba por lo que ya puede definirse como un gobierno de unidad nacional de exsocialistas y exconservadores con un independiente de rostro joven y limpio al frente.

El vecindario internacional demuestra que nada es para siempre. Ni aunque se tengan 138 años de historia. Pero no todo es drama. Portugal y Alemania indican que también hay espacio para la esperanza.

En este nuevo contexto y con las costuras internas debilitadas, el PSOE encara hoy una jornada crucial. Reforma o ruptura. Así podría resumirse la situación emulando el viejo debate de la Transición.

No es la primera vez en la tradición reciente del partido que la elección del secretario general es disputada. José Luis Rodríguez Zapatero se impuso por nueve votos a José Bono (no había primarias, sino que la elección recaía en un millar de compromisarios). Alfredo Pérez Rubalcaba ganó por 22 a Carme Chacón. No pasó nada grave el día después.

Hoy es diferente, sin embargo. Entonces se disputaba el liderazgo del partido. Hoy están en juego dos modelos de PSOE.

Susana Díaz ha reivindicado repetidamente estos días el legado de Felipe González, Alfonso Guerra, Ramón Rubial, Zapatero o la fallecida Chacón. No es casual. Su propuesta es actualizar el PSOE de siempre, el que arrasó en 1982 y devolvió la ilusión en 2004. El que suma victoria tras victoria en Andalucía. Un PSOE "reconocible", dice. Tanto ella como Patxi López (pero sobre todo ella) cuentan con el apoyo de la mayor parte de la estructura orgánica del partido. No es casual.

Enfrente está Pedro Sánchez, el exlíder derrocado a la fuerza después de que no quisiera dejar la secretaría general tras dos derrotas en seis meses en sendas elecciones generales. El rostro del no es no.

Su renuncia posterior al escaño para evitar abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy le ha dotado de un aura de heroicidad entre las bases que hace que llegue con opciones de cantar victoria esta noche. Cuenta con escasos cargos del partido entre sus apoyos. Y de su última ejecutiva como secretario general no le queda prácticamente nadie al lado. No es casual. Es "la voz de la militancia", afirma.

Su modelo es un partido más participativo, que rompa estructuras, y "más a la izquierda", con concomitancias con las nuevas plataformas y abierto al entendimiento con Podemos.

Una de las razones que potencia la imagen de guerra interna es que los dos modelos en disputa se han personalizado en quienes representan el enfrentamiento que llevó al comité federal del 1 de octubre, el de la caída del líder.

Todo hubiera podido ser diferente si Díaz hubiera dado el paso en 2014. Prefirió lanzar con otros líderes territoriales al desconocido Sánchez. A los tres meses de ser elegido, este se sentía ya deslegitimado por quienes le habían aupado. El resto de la historia es conocida.

Y todo podría haber sido diferente si hubiera emergido un rostro nuevo, que aportara algo distinto y rompiera los dos bloques de hormigón que se han ido creando. Quizá haya que esperar al día después. O el año después.

Este es el enigma más trascendente: no quién gane hoy, Susana o Pedro, sino el día después. Unidad o fractura. Un veterano peso pesado en Ferraz suele decir que la mejor medicina para la unidad es el poder.

Ese es el horizonte ideal que dibuja Díaz: hacer gestos a las bases, reconstruir y gobernar pronto España para dejar la batalla fraterna en el pasado. Para eso necesita vencer hoy. Parte con ventaja, pero no con el partido ganado. Si no lo consigue, volverá a arrepentirse de no haber jugado sus cartas en 2014.

Si gana Sánchez, todo está por ver y las predicciones son más difíciles. ¿Qué posición adoptará el grupo en el Congreso de los Diputados, ahora mayoritariamente en su contra? ¿Qué relación mantendrá con los presidentes autonómicos socialistas, todos salvo Francina Armengol en su contra ahora?

Las primeras incógnita se despejarán en unas horas. El futuro tendrá que esperar.