A pocas semanas de arrancar la campaña para las generales de 2008, como se convirtió casi en decreto-ley durante siete elecciones consecutivas desde finales de la década de los 80, el comité de listas del PP ratificó «a dedo» a Federico Trillo como número uno al Congreso por Alicante. Veinticuatro horas antes del «paripé» en el que se convierte una cita electoral tras otra la reunión del órgano encargado de ungir a los candidatos populares, Trillo (Cartagena, 1952) ya sabía que volvería a ejercer una vez más de «cunero», el término con el que se define a esos políticos que acaban aterrizando en otras circunscripciones diferentes a las de su procedencia. Hasta el punto de que ese día acompañó a Mariano Rajoy, que afrontaba los comicios de su segunda derrota electoral frente al socialista Zapatero, en una visita al Centro de Desarrollo Turístico de Alicante actuando ya con todos los galones de candidato.

«Vuelvo a esta provincia con la misma ilusión de siempre», declaró Trillo con tono amable pero muy molesto después de una pregunta en la que se le reprochó su ausencia casi absoluta en Alicante durante los cuatro años que había durado la legislatura. «Hombre, Federico... ¿Tu por aquí? Ya está bien que te volvamos a ver desde 2004...», le lanzó un periodista al hombre que, en aquel momento, era uno de los principales juristas del PP. Y es que, efectivamente, Federico Trillo había ligado su carrera política -ahora a punto de llegar a su final después de un mandato de retiro espiritual como embajador en Londres y manchado para siempre por el accidente del Yak-42 que costó la vida a 62 militares españoles- a repetir cada cuatro años como número uno por Alicante con una visita a las habaneras de Torrevieja, vestirse de vez en cuando de Mozárabe en Alcoy y organizar una comida en verano como único bagaje de su labor. Sin importarle en lo más mínimo lo que ocurría entre campaña y campaña en las comarcas a las que, en teoría, representaba, como se puede ver en el diario de sesiones o en la estadística parlamentaria.

La provincia era para Trillo, doctor en Derecho y miembro del Cuerpo Jurídico de la Armada hasta que en 1989 se retiró con el grado de comandante para dedicarse a la política, una moneda de cambio. El escenario en el que este dirigente del PP, vinculado al Opus y con un padre de pasado franquista, canjeaba parte de sus servicios al partido y su detallado conocimiento de las cloacas más pestilentes de Génova por un salvoconducto para ejercer como cabeza de lista por Alicante, sentarse en el Congreso y mantener un sillón en la «mesa camilla» en la que se tomaban las grandes decisiones de la corte madrileña. Llegó a la candidatura alicantina en 1989 para repetir en 1993 y en 1996. Después de esas elecciones, con José María Aznar por vez primera al frente de La Moncloa, Federico Trillo se convirtió en presidente del Congreso.

Un mandato en el hemiciclo del que ha quedado como único recuerdo una frase. El célebre «¡Manda huevos!», pronunciado por Trillo después de la votación de la Ley de Televisión Digital y que se escuchó en toda la Cámara al quedarse encendido uno de los micrófonos. En 2000 retornó a Alicante como cabeza de lista pero Aznar le tenía reservado entonces un hueco en su famoso cuaderno azul: el Ministerio de Defensa. Aunque Trillo se ha mantenido desde entonces «viviendo» de la política lo cierto es que ese mandato con el accidente del Yak-42 en Turquía se convirtió en la tumba de su credibilidad. Nunca más la tuvo. Un oscuro episodio del que ahora -trece años después- responsabiliza a Defensa durante ese mandato un informe del Consejo de Estado, el mismo organismo en el que Trillo logró por oposición una plaza en 1979 y al que está a la espera de retornar una vez que salga de Londres.

A partir de 2004, fuera ya del Ministerio de Defensa, el diputado Federico Trillo -nuevamente candidato por Alicante en las generales de ese año- concentró gran parte de su papel en la supervisión de los asuntos jurídicos del PP y en su puesto en el comité de derechos y garantías. Un rol que le permitió jugar un papel soterrado, de fontanería, pero decisivo en dos episodios claves de la historia del PP en la Comunidad. En la operación para desmontar el zaplanismo que se había atrincherado en Alicante como contrapeso a Francisco Camps, una batalla en la que Trillo desde la presidencia del comité de conflictos fue validando todos los cañonazos que desde Valencia apuntaban a la dirección provincial del PP. Y después los movimientos judiciales que se originaron a partir de febrero de 2009 con los efectos de la trama Gürtel que tenía como epicentro Madrid y la Comunidad Valenciana.

Camps, entonces con todo el poder en sus manos tras arrasar en las autonómicas de 2007, le propuso para encabezar por sexta vez la lista del PP por Alicante en 2008. Era la forma de atacar a la ejecutiva alicantina de Joaquín Ripoll, que no lo quería ver ni en pintura por alinearse con Valencia en la guerra popular. En 2011, en plena crisis y durante esa comparecencia con la que Trillo iniciaba su campaña electoral después de una nueva legislatura ausente, el dirigente del PP, ya sabedor de la victoria de Rajoy que pronosticaban todos los sondeos, dijo: «Vamos a pasar dos años muy malos...». Trillo no pasó ninguno. Después de canalizar el «marrón» de la marcha de Camps en el verano de 2011 golpeado en Gürtel, Trillo fue destinado unos meses después a Londres como embajador. Hace un año que Margallo, su sustituto en Alicante, le tenía en la lista para relevarlo. Al final, el Yak-42 es el que se lo llevará por delante. Ayer Federico Trillo rompió su silencio: «Ya quedó depurada el asunto en las elecciones de 2004, 2008 y 2011». Los votos le dieron la victoria al PP. Cierto. Pero la responsabilidad siempre existe. Más allá de las urnas.