La obsesión de Rajoy por impedir que las rastas rodearan al Congreso, ha acabado con las rastas sentadas en los escaños del Congreso. La Ley Mordaza se olvidó de imponer las corbatas que han lucido tan elegantemente Bárcenas, Granados, Matas, Correa o el propio presidente del Gobierno. Hablando del ejecutivo, también está amenazado por el asedio de los desórdenes capilares que la ortodoxia del PP contempla inundados de piojos. Pablo Iglesias se ha proclamado vicepresidente del Gobierno, un secreto que ha compartido con el Rey en un gesto de patriotismo constitucional a lo Habermas. La predilección monárquica ha de sorprender por fuerza a sus partidarios originales. Su asalto está diseñado por el general que supervisa su discurso, ningún líder político europeo se atrevería a comparecer en público junto a un militar de tan elevada graduación. Podemos puede con todo.

Con el viento en popa de la ley electoral, Rajoy dobla prácticamente en escaños a Iglesias. Sin embargo, el presidente del Gobierno en ficciones porta una corona de espinas frente a la aureola victoriosa de su auténtico rival, porque Pedro Sánchez queda relegado al papel de bisagra. De hecho, Podemos solo renuncia a la presidencia del Gobierno, y se queda con todo lo demás. Julio Rodríguez, Errejón y Bescansa habían sido cuidadosamente seleccionados para escoltar a su líder, así en la rueda de prensa como en el futuro ejecutivo. Con un poco de suerte, este comentario aparecerá antes de que los empresarios sensatos propongan en público un Gobierno del PSOE respaldado por el PP.

Podemos propone un "Gobierno de cambio" a Pedro Sánchez. EFE

Iglesias se lo pone difícil a Sánchez e imposible a Rajoy. La liturgia de su rueda de prensa sobrepasa a su contenido. La masa de periodistas, presos de una atención palpable y más absortos que perplejos, comparten con los espectadores el descubrimiento de un lenguaje inusual. Alejado del léxico político petrificado, pero también distante del idioma utilizado habitualmente por Podemos. El líder del partido visita al Rey como descamisado, por utilizar el término exitoso de un Alfonso Guerra que hoy desea extirpar a los radicales, y tal vez lamenta que Celia Villalobos se le adelantara en el adjetivo para definirlos.

Podemos no quiere participar en el Gobierno como socio destacado, sino llevando la iniciativa. Desbanca otras opciones, rompe la baraja, se aparta de su tradición de exquisito distanciamiento de los ejecutivos autónomos. Utiliza un discurso político extraterrestre para un país acostumbrado a la agenda vacía de Rajoy. La energía nuclear desprendida por Iglesias decanta, hacia la primera opción, la disyuntiva sobre si sus votos son ganados por Podemos o perdidos por las opciones tradicionales. Y qué importa además, si los sufragios parecen cada vez menos reversibles. Hasta la inmaculada Soraya descubre en su equipo manchas más graves que el pequeño Nicolás. La capacidad de reinventarse de Pablo Iglesias impresiona, por utilizar un término neutro. Es más camaleónico que David Bowie. Cuesta seguir su ritmo frenético, pero más de cinco millones de votantes ya lo han logrado.