Tradición de ánimas y animaderos

Desde siempre, en la huerta y campos de Murcia existió la figura del ‘animero’ que, bien solo o en compañía de otros, recorría, en las frías madrugadas del invierno, los caseríos para recaudar fondos para la Hermandad de Ánimas de la parroquia o ermita. Un dinero que, en todos los casos, cubría los gastos de sufragios por los hermanos fallecidos. Con un farol en la mano recorría los caminos y, al llegar a la casa, llamaba y al preguntar quién era contestaba haciendo sonar la campanilla que portaba y diciendo «las ánimas benditas». Así le abrían la puerta y le daban la limosna de costumbre, entonces, el animero, contestaba: «Las ánimas os den el pago». Si por el contrario no se lo daban, siempre replicaba: «Otro día será si Dios quiere y nos da vida para verlo». También, la figura del animero era utilizada por las madres para ‘asustar’ a los chiquillos cuando estos se portaban mal. Se solía decir: «Si no te comes la cena llamo al animero» o «pórtate bien que ya sabes que por la noche viene el animero». Esta devoción a las benditas ánimas del purgatorio siempre ha tenido en Murcia una gran repercusión en la religiosidad popular, de ahí que se conozcan letras de dichos, cantares y oraciones dedicadas a ellas:

A las ánimas benditas / No te pese hacer el bien

Sabe Dios si tú, mañana, / Serás ánima también

Si te quemas una mano / ¿Qué dolor no pasarás? / Acuérdate de quien arde / Y en el purgatorio está

A las ánimas benditas / Nadie les cierre su puerta / Con decirles que perdonen / Se van ellas muy contentas

También existe la creencia popular, que se mantiene hoy en día, de que, si rezas un padrenuestro a las ánimas, estas te despiertan a la hora que le pidas sin necesidad de que suene el despertador.

Las cofradías preparan la festividad de las ánimas

El culto a las Ánimas, junto con el del Rosario, fueron los más extendidos por ciudades, villas, ermitas, caseríos y campos de todo el reino de Murcia. La pertenencia a cualquiera de las dos y pagando la ‘tarja’ anual, garantizaba al miembro un entierro y funeral decentes, así como la asistencia en momentos difíciles. Las cofradías y hermandades de ánimas aseguraban, además, el canto de salves y acompañamiento en los entierros, así como la celebración de misas y funerales en memoria del difunto. Entre los miembros del clero murciano existieron dos grandes Cofradías: la de Ánimas, compuesta por acólitos, capellanes y miembros de carácter menor, y la más poderosa, que era la Cofradía de San Pedro, integrada por los Canónigos de la Catedral y los Deanes y párrocos de las iglesias mayores del Reino. Esta Cofradía entroncaba directamente con las de Ánimas y garantizaba los mismos privilegios a la hora del entierro, así como en actos litúrgicos posteriores. En el año 1723, según actas capitulares, se preparan en la Catedral de Murcia los cultos litúrgicos para celebrar tal solemnidad como requiere el culto. La Cofradía de Ánimas solicita todo lo necesario para que el día dos de noviembre, jornada posterior al día de difuntos, se celebre la de las benditas ánimas del Purgatorio. «Viose memorial de Francisco Arteaga, Hermano Mayor de la Cofradía de las Benditas Animas de esta Santa Iglesia, en que pide licencia al Cabildo para que en ella se celebre la función de Animas que se acostumbra pasado el día de los Difuntos, y que para esto se toquen las campanas con el toque de difuntos y se presten de la Sacristía Mayor de esta Santa Iglesia las alhajas y ornamentos que sean necesarios. Y oído el citado memorial, Acordó el Cabildo conceder y concedió dicha licencia como se pide por el dicho Hermano Mayor».

Los mataron por una herencia

En aquella Murcia del siglo XVIII, concretamente en noviembre de 1775, causó una profunda conmoción el suceso que ocurrió en Fortuna donde un matrimonio y su sobrino fueron asesinados a mazazos mientras dormían. Por tratarse de ricos hacendados de esa localidad y benefactores de la diócesis, el suceso no tardó en recorrer todos los estamentos de la sociedad causando enorme consternación. Los asesinos eran suegro y yerno. En las actas capitulares este suceso se recoge con todo detalle: «Suegro y yerno mataron a marido y mujer junto a un sobrino. Sucedió que estos habían hecho testamento y dejaban, al sobrino que mataron también, por heredero. El otro sobrino indignado al conocer el testamento y ver que no le dejaban nada a él que era lo que pretendía, fue a su suegro y le dijo que a su tío había que matar por no haberle dejado nada de sus grandes riquezas. Por fin consintió el suegro convencido por este y se fueron al camino donde vivían y a la casa donde moraban. Fueron recibidos a gusto y les dieron buena y abundante cena y cama para dormir. Después de acostados, le dijo el suegro al yerno que se había arrepentido de matarlos, pero tras largas conversaciones durante la noche, el otro volvió a convencer al suegro y acudiendo a las habitaciones mataron al padre, a la madre y al otro sobrino a mazazos reventándole sus cabezas. Después se supo que la mujer estaba embarazada. Fueron presos de la justicia y tras juicio donde se demostró su culpa murieron en la horca el día seis de diciembre del año de nuestro Señor de mil setecientos y setenta y cinco. Estuvieron allí colgados durante una semana a la vista de todo el mundo para que sirvieran de escarmiento».