Asunción González comenta que lo más triste que ha vivido durante 12 años como misionera en Angola fue ver cómo morían personas enfermas de distintas aldeas rodeadas de terrenos minados, dado que no podían acceder para salvarles. Esta monja de la Congregación de las Hijas de la Caridad dice también que en un mundo donde los mandatarios internacionales colocan fronteras y prohíben el acceso a sus países, el hombre debería poder moverse libremente, buscar lo que desea y conseguir, ante todo, el derecho de soñar.

P ¿Cuál ha sido su misión en Angola durante 12 años?

R Mejorar la vida de las personas de allí. De los pueblos y ciudades, de las aldeas y de los barrios periféricos donde se acumulaban los desplazados por la guerra. Atraíamos a esa población necesitada que vivía en la calle a nuestros zonas de trabajo para poder darles de comer ya que no podían ni sembrar.

P ¿Cuál es la situación de la población infantil allí?

R Hay un alto porcentaje de analfabetismo, nos encontramos con niños que no saben ni leer ni escribir y que no habían tenido ayuda para formarse. Les apoyamos con la construcción de escuelas para que pudieran estudiar y salir de la marginación y la miseria. Construimos también un pabellón para que pudieran comer y guarecerse. Además, con el apoyo de Manos Unidas, hemos levantado centros de salud en aldeas y pueblos sin atención sanitaria.

P La campaña que lanza Manos Unidas se centra en que este mundo no necesita más comida, sino más gente comprometida, ¿andamos faltos de compromiso?

R Hay mucha gente con una enorme empatía y gran solidaridad, pero en el mundo hay 800 millones de personas que pasan hambre y necesitamos que la gente se implique más. Todavía no hemos llegado a todo lo que podemos dar. Nadie debe pasar hambre.

P Hay presidentes que cierran fronteras o quieren construir muros, hay campos de refugiados atacados por ejercitos como el de Nigeria. ¿Nos queda algo de solidaridad?

R En Angola, cuando entraba en casa de alguien, me invitaban a lo poco que tenían, a veces incluso una única mazorca de maíz. No me he sentido más acogida en mi vida porque son gente sencilla. Cuando veo a los refugiados en Europa o en África me duele, me preocupa que no tengamos la empatía de decir: «Te dejo pasar». No podemos poner límites aquí porque allí no ponen barreras. El hombre tiene derecho a movilizarse, a buscar lo que quiere y desea, a soñar. Hoy en día está en peligro la solidaridad, el fundamento del hombre y su libertad.

P De vuelta a España y con el trabajo cumplido, ¿cómo valora la experiencia vivida en Angola?

R Llegué en una época difícil allí. Estaban sin medios ni personal después de una dura guerra. Nos situábamos en zonas militarizadas con continuos enfrentamientos. Había heridos por balas, incluso aldeas que no pudimos atender porque estaban rodeadas de minas. Lo que he vivido ha sido muy gratificante pero existe una necesidad continua de trabajar para que se cumplan los derechos humanos.