Todavía tengo sangrante el corazón de dolor por la muerte de mi hermano Antonio. No encuentro palabras para expresar este punzante sentimiento de vacío. Los seis meses que lo he tenido a mi lado me han unido a él de una manera inexpresable. Tengo tres cuadernos llenos de lo que he ido escribiendo durante estos meses de unión y comunión. Hay en ellos muchas cosas que, creo, les agradará a sus amigos. Las iré publicando. Hoy todavía añoro, con lágrimas, su presencia. El vacío de no tenerlo a mi lado me acongoja. No me es fácil escribir sobre él. Por eso voy a publicar algo que le leí a él y que provocó un inolvidable comentario. Mi Antonio admiraba muchísimo al obispo Casaldáliga.

Pedro Casaldáliga es obispo emérito de Sao Félix do Araguaia, en el Mato Grosso de Brasil. Allí se marchó, desde su Cataluña natal, en 1971. Y allí se ha quedado, dice él que para siempre. Afirma que aquella es su única patria, desde la cual abarca todo el universo. Es un hombre de palabra queda, de sonrisa fácil, de sosegado vivir y estar. Toda su vida ha escrito poesía. Toda su vida está hecha de poesía. Basta contemplarlo, verlo andar, verlo abrazar a los pobres de su tierra querida.

Ahora ha reunido una selección de sus poemas en un libro. Se trata, pues, de una antología personal. Bendito y hermoso libro. Pedro Casaldáliga no se aleja ni un ápice de su manera de ser y de pensar. No puede ni quiere, supongo, dejar de introducir muchos pasajes evangélicos en estos poemas, lo que le transfiere un matiz insólito hoy. Pedro Casaldáliga, desde su educada rebeldía, pero ateniéndose a la ortodoxia original, hace, con otro estilo, más o menos lo mismo. Sin dejar por ello de contagiar serenidad, calma y humor. Y poesía excelente.

Pedro Casaldáliga se sirve de la poesía como vehículo con el cual desplazarse por los parajes del alma y del espíritu, que no son siempre la misma cosa. Son poemas de la vida humilde: humilde, más que pobre, e invitan no solo a la reflexión y a la meditación, sino también a la acción. Y, de paso, al gozo.

La antología conforma una ordenada amalgama de estilos, de rimas y ritmos, de contenidos e, incluso, de lenguas, en un conjunto homogéneo. Casaldáliga dice que su vida es un montón de paja: pues aquí nos ofrece el grano. Son poemas que enuncian una declaración de fe y de principios, pues tienen siempre a Dios por destinatario. Lo mejor de su poesía es que, pese a lo dicho, o gracias a ello, proporciona placer al lector y despierta imágenes que todos llevamos escondidas en nuestro interior.

Juega a poeta y juega a profeta, porque para sí no acaba de creérselo. Pero sabe que la poesía no deja de ser juego en todo momento. Muchos de sus versos nos conmueven: «El niño trae el hambre entre los dedos». «Las almendras se miran». «La cueva no tenía más higiene que el viento de la noche». «Llevo los años quebrados y voy derramando Misa». No son más que unos pocos ejemplos. Poetiza a las mujeres que no tienen más alternativa que dedicarse al oficio más antiguo: «María Magdalena, en el barco de Pedro,/ se sentaba a los ojos del Señor,/ y el Señor la miraba». Judas es un precioso poema de comprensión: «No fue mayor que el nuestro tu pecado,/ traficantes también de sangre humana?/ tu soga fue también tu confesión,/ Judas, hermano Judas, compañero/ de miedos, de codicias, de traición».

Su mayor compromiso es con el ser humano más desvalido de la Tierra. Después de leer este libro, uno está en disposición de contestar la pregunta incontestable; no qué es la poesía, sino qué es un hombre. Un hombre eres tú, Pere Casaldàliga.

Antonio, hermano, ¡cómo siento tu ausencia! En tu inolvidable recuerdo transcribo estos versos de tu amigo Casaldáliga, que tanto te gustaban:

La Tierra

es un plato

gigantesdo

de arroz,

un pan

inmenso y nuestro,

para el hambre de

todos. (p. 34)

Ficha del libro recomendado: Antología personal, de Pedro Casaldáliga. Trotta, Madrid, 2006, 134 p., 10 euros.