ORIGEN DE LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

En los primeros tiempos de la Iglesia se acostumbraba a celebrar el aniversario de la muerte de un mártir en el sitio donde había sido martirizado. Frecuentemente, los grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo naturalmente a una celebración común. Un día especial consagrado a la muerte de un determinado grupo de cristianos. En la persecución del emperador Diocleciano, el número de mártires llegó a ser grandísimo, hasta el punto que no se podía separar un día para asignársela a un determinado grupo de ellos. Pero la Iglesia, creyendo que cada mártir debía ser venerado, señaló un día en común para todos. La primera muestra de ello se remonta a Antioquía en el domingo antes de Pentecostés. En la actualidad, la Iglesia Ortodoxa sigue celebrando el ´día de todos los santos´ el domingo posterior a Pentecostés. También se menciona este día en común en un sermón de San Efrén el Sirio en 373. En un principio, solo los mártires y San Juan Bautista eran honrados por un día especial. Otros santos se fueron asignando gradualmente, y se incrementó. En la Iglesia de Occidente, el papa Bonifacio IV, entre el 609 y 610, consagró el Panteón de Roma a la Santísima Virgen y a todos los mártires, dándole un aniversario. Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos y fijó el aniversario para el 1 de noviembre. Gregorio IV (827-844) extendió la celebración del 1 de noviembre a toda la Iglesia universal, a mediados del siglo IX. Y desde aquellos días, doce siglos después, la Iglesia celebra esta festividad del uno de noviembre en recuerdo de todos «cuantos han muerto en santidad». No hay que confundirla con el día de Difuntos o ´Día de las Animas´ que se celebra el día dos. Por cierto, que fue en 1749 cuando la Diócesis de Cartagena concedió a los sacerdotes la potestad de celebrar tres misas seguidas en el mismo día de ánimas. Una costumbre que se mantuvo hasta los años setenta del pasado siglo XX. Y fue precisamente el 1 de noviembre de 1754 cuando el obispo Victoriano López González bendijo los llamados ´cementerios extramuros´ de la ciudad de Murcia. Hasta ese momento los enterramientos se hacían en el conocido como ´suelo sagrado´ en iglesias, ermitas y conventos para aquellos que eran miembros de alguna cofradía, gremio o hermandad. Pero a partir de 1754 los cementerios, o lugares de enterramiento, se sacaron del interior de la ciudad de Murcia para hacerlo extramuros de la misma.

TRADICION DE ANIMAS Y ANIMEROS

Desde siempre, en la huerta y campos de Murcia, existió la figura del ´animero´ que, bien solo o en compañía de otros recorría, en las frías madrugadas del invierno, los caseríos para recaudar fondos para la Hermandad de Ánimas de la parroquia o ermita. Un dinero que, en todos los casos, cubría los gastos de sufragios por los hermanos fallecidos. Con un farol en la mano recorría los caminos y al llegar a la casa llamaba y, al preguntar quién era, contestaba haciendo sonar la campanilla que portaba y diciendo «las ánimas benditas». Así le abrían la puerta y le daban la limosna de costumbre. Entonces, el animero contestaba: «Las ánimas os den el pago»; si, por el contrario no se lo daban, siempre replicaba: «Otro día será si Dios quiere y nos da vida para verlo». También, la figura del animero era utilizada por las madres para ´asustar´ a los chiquillos cuando estos se portaban mal. Se solía decir: «Si no te comes la cena llamo al animero» o «pórtate bien que ya sabes que por la noche viene el animero».

Esta devoción a las benditas ánimas del purgatorio siempre ha tenido en Murcia una gran repercusión en la religiosidad popular, de ahí que se conozcan letras de dichos, cantares y oraciones dedicadas a ellas:´A las ánimas benditas/No te pese hacer el bien/Sabe Dios si tú, mañana, Serás ánima también´, ´Si te quemas una mano/¿Qué dolor no pasarás? /Acuérdate de quien arde/Y en el purgatorio está´, ´A las ánimas benditas/Nadie les cierre su puerta/Con decirles que perdonen/ Se van ellas muy contentas´.

También existe la creencia popular, que se mantiene hoy en día que, si rezas un padrenuestro a las ánimas, estas te despiertan a la hora que le pidas sin necesidad de que suene el despertador.

LAS COFRADIAS PREPARAN LA FESTIVIDAD DE LAS ANIMAS

El culto a las Ánimas, junto con el del Rosario, fueron los más extendidos por ciudades, villas, ermitas, caseríos y campos de todo el reino de Murcia. La pertenencia a cualquiera de las dos y pagando la ´tarja´ anual, garantizaba al miembro un entierro y funeral decentes, así como la asistencia en momentos difíciles. Las cofradías y hermandades de ánimas aseguraban, además, el canto de salves y acompañamiento en los entierros, así como la celebración de misas y funerales en memoria del difunto. Entre los miembros del clero murciano existieron dos grandes Cofradías: La de Ánimas, compuesta por acólitos, capellanes y miembros de carácter menor, y la más poderosa, que era la Cofradía de San Pedro, integrada por los Canónigos de la Catedral y los Deanes y párrocos de las iglesias mayores del Reino. Esta Cofradía entroncaba directamente con las de Ánimas y garantizaba los mismos privilegios a la hora del entierro. Así como en actos litúrgicos posteriores. En el año 1723, según actas capitulares, se preparan en la Catedral de Murcia los cultos litúrgicos para celebrar tal solemnidad como requiere el culto. La Cofradía de Ánimas solicita todo lo necesario para que el día dos de noviembre, jornada posterior al día de difuntos, se celebre la de las benditas ánimas del Purgatorio. «Viose memorial de Francisco Arteaga, Hermano Mayor de la Cofradía de las Benditas Animas de esta Santa Iglesia, en que pide licencia al Cabildo para que en ella se celebre la función de Animas que se acostumbra pasado el día de los Difuntos, y que para esto se toquen las campanas con el toque de difuntos y se presten de la Sacristía Mayor de esta Santa Iglesia las alhajas y ornamentos que sean necesarios».

LOS AUROROS Y EL CICLO DE DIFUNTOS TRAS LA GUERRA CIVIL

La Guerra Civil supuso, entre otras cosas, un parón obligado en las actividades de las campanas de auroros de la huerta de Murcia. Así mismo supuso la pérdida de alguna de ellas o el resurgimiento de otras que, antes de la contienda, estaban en decadencia. Hay referencia en prensa, a lo que el ciclo de difuntos se refiere, de la Campana de Auroros de la Ñora, que en 1942 volvió a las calles de la ciudad a entonar sus cantos del ciclo de difuntos en aquel mes de noviembre. La noticia la recoge el Diario Línea, el 8 de noviembre de 1942, en el suplemento ´Panorama de las Artes´. Llama la atención que se haga referencia al «oportuno permiso para salir a cantar». Pongo al lector en situación: para salir a cantar de noche por las calles de Murcia y en grupo había que solicitar permiso al Gobierno Civil. La noticia dice así: «Anoche visitó nuestra Redacción la ´campana´ de la Hermandad de los Auroros de la Ñora que, previamente autorizada, cantó Salves de Difuntos durante la madrugada de hoy en diversos lugares de la ciudad. En la puerta del periódico interpretaron un Avemaría y otros cánticos, con gran acompañamiento de voces y buen gusto. Después de esta primera actuación marcharon ante la Cruz de los Caídos, Gobierno Civil, domicilio del Alcalde, y otras autoridades y bienhechores de la Hermandad. Con esta salida inicial, se reanuda la tradicional sabatina interrumpida durante las épocas liberales y marxistas. Nos complace esta restauración de las costumbres populares murcianas».

MOMIAS SIN IDENTIFICAR

Este acontecimiento, que causó gran revuelo en la ciudad de Murcia, ocurrió en el mes de agosto de 1896 cuando se llevaron a cabo unas obras de restauración en la capilla de la Virgen de la Arrixaca en lo que se conocía como Iglesia Conventual de San Agustín, que es la actual Iglesia de San Andrés. La prensa de la época se hizo eco rápidamente del hallazgo de varios cadáveres, momificados, en el interior de la capilla y el suceso se conoce en toda la ciudad. Por cierto, que no gustó mucho al Obispado de Cartagena que se aireara este suceso por las especulaciones que se desataron y la alarma social que produjo tan hallazgo.

En el periódico Las Provincias se da cuenta de lo sucedido: «Eran las once de la mañana, del 19 de este mes, cuando en el desván de la iglesia un albañil encargado de derribar las cubiertas que hay sobre el arco de entrada a la Capilla de la Arrixaca hace un macabro descubrimiento: dos grandes ataúdes de madera que contenían seis cadáveres completamente momificados. En el interior de los ataúdes se encontraban los cuerpos momificados de una mujer, tres hombres, uno de ellos de avanzada edad, y dos niños. Los cuerpos de la mujer y del anciano se encuentran bastante bien conservados. Dentro de la caja que contiene la momia del anciano se encontró además la suela y tacón de un zapato, el cual, después de haberlo examinado, pudimos comprobar que el tacón era de madera». Nada más publicarse en prensa la noticia comienzan las especulaciones e incluso son numerosos los curiosos que se acercan hasta la iglesia conventual para intentar ver los cadáveres momificados. A tal punto llega la curiosidad de los murcianos, y el enfado del Obispado, que se pide al Ayuntamiento coloque guardias que impidan el acceso al interior del recinto sagrado suspendiendo, incluso, todos los actos litúrgicos que, pese a las obras que se llevaban a cabo en la capilla de la Arrixaca, se celebraban en el altar mayor de la iglesia. El templo quedó cerrado al público.

Las primeras hipótesis, que incluso se llegan a publicar en la prensa, en Diario de Murcia, apuntaban a que se trataba de los restos mortales de los antiguos Marqueses de Corvera fundadores y propietarios de la capilla de la Arrixaca, sus hijos y el sacerdote confesor de la familia, que precisamente era un fraile agustino. Esta teoría se desmonta enseguida porque los restos de los antepasados de los Marqueses de Corvera que estaban enterrados en esta iglesia ya habían sido trasladados hacía años al panteón que la familia tenía en la localidad de Archena. Y también era difícil que los restos del anciano fueran los de Fray Juan Casquete porque este murió en 1729, ciento setenta años antes, y sus hermanos agustinos lo enterraron en el panteón que la comunidad poseía. Como no podían ser menos, los murcianos también tenían sus propias teorías. El pueblo empieza a rumorear a lo largo y ancho de la ciudad que el hallazgo de los cadáveres tenía algo de extraordinario y se inventan todo tipo de historias. Se dispara la imaginación popular y se habla de aparecidos, incestos, niños enterrados por ser hijos de los frailes, concubinato entre frailes y meretrices y así un largo etcétera que convierte el hallazgo de las momias en tema de conversación en todos los lugares de la ciudad. En el Obispado estaban muy preocupados ante el cariz que estaba tomando este asunto y deciden intervenir. Don Félix Sánchez, Secretario de Cámara del Obispo y Vicario en funciones de la Diócesis de Cartagena, deciden encargar al insigne doctor y antropólogo Emilio Sánchez García y al Cronista de la Santa Iglesia Catedral de Cartagena Javier Fuentes y Ponte un informe sobre todo este asunto de las momias. Los dos se ponen manos a la obra y es precisamente el detallado informe de Fuentes y Ponte el que ha llegado hasta nuestros días. Este estudio tiene fecha del 26 de agosto de dicho año y dicen textualmente: «Que los restos hallados debían pertenecer a alguna familia noble bienhechora de la comunidad de los Padres Agustinos enterrada en alguna de las capillas de la iglesia y que para evitar que los restos se perdieran o fueran mancillados durante el saqueo y profanación del convento en noviembre de 1835, tras la desamortización, algún familiar los sacó de su sepulcro y los colocó en las dos cajas en las que fueron encontrados en la capilla de Santa María de la Arrixaca. El doctor también revela que las momificaciones no tienen nada de particular, parece ser que las condiciones del lugar en que se encontraban, un lugar con poca humedad y bien resguardado, hicieron que se produjera ese fenómeno». Este estudio realizado a las momias no deja nada a la improvisación e incluso se hace alusión a las ropas que visten los cadáveres e incluso anillos y alhajas que todavía portaban. Se habla de la pertenencia a la nobleza murciana precisamente por la riqueza de sus vestimentas de sedas y brocados. Una vez realizado el informe, presentado al Obispo de la Diócesis y terminadas las obras en la Capilla de la Arrixaca, el Obispado decide volver a dejar los restos en las cajas, tal y como estaban, y depositarlas en el mismo sitio que habían sido encontradas por los albañiles. Así mismo se da orden de colocar una lápida con las iniciales RIP. Además, se levanta acta de dicho enterramiento ante el Notario Oficial Mayor del Tribunal Eclesiástico del Obispado don Eleuterio Herrero.

A día de hoy no se ha encontrado ningún tipo de escrito o partida eclesiástica de bautizo, defunción o matrimonio que haga posible la identificación de estos restos momificados que siguen siendo una incógnita en Murcia.