Una murciana, Encarna Molina, fue hasta el último día de sus días una de las personas de máxima confianza de la artista sevillana Paquita Rico. Encarnita, como así la llamaban, era su secretaria y también su amiga. Y su amistad eran tan estrecha que la cantante hizo todo lo que estuvo en su mano por cumplir su última voluntad justo después de su fallecimiento, ocurrido hace treinta años en Madrid.

Encarnita le confesó a la artista que le gustaría tener sepultura en su tierra natal, en Murcia. Por eso, Paquita no se arredró cuando su amiga falleció y trasladó su cuerpo sin vida desde Madrid hasta Murcia en su propio coche, como así reveló la periodista Pilar Eyre en la revista Lecturas (que edita Prensa Ibérica, grupo de este periódico), quien asegura que se trata de un «desternillante episodio, que parece extraído de la España negra de Goya y Berlanga».

La periodista detalla que en vez de contratar un furgón mortuorio, Paquita vistió de calle a su amiga, la subió a su coche en el asiento de atrás y la transportó durante los cerca de 400 kilómetros que separan Madrid de Murcia.

En su largo viaje Paquita incluso tuvo que atender, como relata Eyre, a los agentes de la Guardia Civil que le dieron el alto, puesto que «el cadáver se bamboleaba de un lado a otro del coche». Pero Paquita, «sin inmutarse», bajaba la ventanilla y decía «parpadeando rápidamente y con ese gracejo que Dios le ha dado: 'Mi arma (sic), es que mi amiga no se encuentra bien... Venimos de una celebración. Ya sabe, algunas copitas...'»

Y los agentes no sólo la dejaban circular, «subyugados por sus ojos de terciopelo», sino que además ordenaron seguir al coche de Paquita hasta que llegó «sin más percances» a su destino. Una vez en Murcia, Paquita cumplió con la voluntad expresa de su amiga y Encarnita pudo ser enterrada «discreta y dignamente».