Algunas revueltas, turbias. Muchos problemas no resueltos: refugiados, pobreza, vivienda, migrantes, política sucia, corrupción, egoísmo. Detrás de las aguas turbias aparecen las aguas limpias y cristalinas con las ansiadas lluvias de otoño, que deben llegar después de un caluroso verano. En este caso, las aguas limpias vienen con la celebración del Domund, Domingo Mundial de Misiones, que la Iglesia propone para hoy, 23 de octubre, bajo el lema Sal de la tierra. El papa Francisco, en el mensaje que escribe con motivo de esta cita, recuerda que «los misioneros saben por experiencia que el evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz». Son las aguas limpias de la voz de Dios que le dice a Abraham: «Sal de tu tierra», y que los misioneros y misioneras han encarnado en su propia piel.

Los misioneros gozan de buena prensa entre los católicos, pero también entre muchos no cristianos. Lo dejó claro la política y periodista Pilar Rahola en el pregón del domingo Mundial de las Misiones, el Domund. Afirmó con sinceridad al comienzo de su intervención: «La dificultad para entender la divinidad no me impide ver a Dios en cada acto solidario, en cada gesto de entrega que realizan tantos creyentes precisamente porque creen».

El pasado sábado, en el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, y ante el arzobispo, monseñor Omella, Rahola destacó «el ideal tan elevado que sacude la vida de miles de personas que un día deciden salir de su casa, cruzar fronteras y aterrizar en aquellos agujeros negros del planeta que no salen ni en los mapas».

«Qué grandeza de alma deben de tener, mujeres y hombres de fe, qué amor a Dios que los lleva a entregar la vida al servicio de la humanidad. No imagino ninguna revolución más pacífica ni ningún hito más grandioso», añadió.

«Tratándose de misioneros hay que hablar de caridad» que «personalmente, encuentro luminosa, pero que otros consideran paternalista e incluso prepotente». Porque «¡quiénes somos nosotros, gente acomodada en nuestra feliz ética laica, para poner en cuestión la moral religiosa, que tanto bien ha hecho a la humanidad!». Si esa humanidad -llegó a decir- «se redujera a una isla con un centenar de personas, sin ningún libro, ni ninguna escuela, pero se hubiera salvado el texto de los Diez mandamientos, podríamos volver a levantar la civilización moderna».

«El catecismo, sin duda, es el programa político más sólido y fiable que podamos imaginar».

Pilar Rahola nos dice: «Soy una creyente ferviente de todos esos hombres y mujeres que, gracias a Dios, nos dan intensas lecciones de vida». Por eso se revuelve contra «el fango del desprecio» que, a menudo, se ha arrojado sobre los misioneros. El término evangelización, recalcó, «es lo que ha sufrido los ataques más furibundos, sobre todo por parte de las ideologías que se sienten incómodas con la solidaridad, cuando se hace en nombre de Cristo». Pilar Rahola reconoció su incomprensión hacia la idea generalizada de que «ayudar al prójimo es correcto cuando se hace en nombre de un ideal terrenal y no lo es cuando se hace en nombre de un ideal espiritual».

Es injusto, porque la misión de evangelizar «es una misión de servicio al ser humano», ya que «los valores cristianos son valores universales que entroncan directamente con los derechos humanos». «El mensaje cristiano, especialmente en un tiempo de falta de valores sólidos y trascendentes, es una poderosa herramienta, transgresora y revolucionaria», dijo la periodista.

Tras nombrar a los frailes mercedarios, «que se intercambian por presos en tierras musulmanas como acto sublime de sacrificio propio», a la misionera Isabel Solá, recientemente asesinada en Haití, «gracias a la que muchos pobres habían tenido una segunda oportunidad», o a Manuel García Viejo y Miguel Pajares, de la Orden de San Juan de Dios, fallecidos a causa del ébola, Rahola destacó que ellos «son la metáfora del ideal misionero; amar sin condiciones ni concesiones».

Y concluyó el pregón agradeciendo estos testimonios que interpelan a todos, «a los creyentes, a los agnósticos, a los que sienten y a los que dudan». «Solo puedo decir: gracias por la entrega, gracias por la ayuda, gracias por el servicio; gracias, mil gracias, por creer en un dios de luz que nos ilumina a todos». Gracias al Domund que nos ha recordado nuestro destino solidario.