«Esto es una vendetta». Lo tenía claro el abogado de Rosa Vázquez, Raúl Pardo Geijo, que este viernes acompañaba a su cliente a declarar al juicio por la muerte de los holandeses, aunque la mujer lo hacía en calidad de testigo. Sin embargo, la posibilidad de que saliese del juzgado como imputada se mantenía latente desde que, en su declaración, el cerebro confeso de la trama criminal, Juan Cuenca, soltase que la mujer estaba al tanto del macabro plan para acabar con las vidas de Ingrid Visser y Lodewijk Severein en mayo de 2013.

«A Juan le ofrecen un pacto para que le rebajen la pena y dice: ´Pues meto a Rosa y meto a Serafín de Alba´. Es una estrategia totalmente», comentaba Pardo Geijo a los periodistas que esperaban a las puertas de la Ciudad de la Justicia que comenzase la sesión. Rosa Vázquez, a su lado, optaba por no decir nada, y por introducirse por la puerta de los juzgados discretamente mientras su letrado ´lidiaba´ con los micros y cámaras congregados.

Sobre las diez menos cuarto de la mañana (y después de que compareciese como testigo un holandés amigo de Severein, que dijo que este era «una persona que sacaba lo bueno de la gente y que tal vez se confiaba demasiado»­), arrancaba el interrogatorio de Rosa Vázquez. «¿Jura o promete decir verdad?», le preguntaba el magistrado presidente, Enrique Domínguez. «¿Perdona?», contestó ella. «De usted, si no le importa», espetó el magistrado.

La mujer empezó contando que Juan Cuenca no era su amigo, que eran «conocidos». Pese a ellos, admitió que le hizo de chófer en aquel mayo de 2013, tanto como para llevar a los holandeses a la Casa Colorá (donde encontrarían la muerte) como antes para alquilar dicha casa o ir a encontrarse con Serafín de Alba y que este le diese el dinero (2.000 euros). Insistió en que no era amiga de Cuenca, pese a lo cual ella le dejó su coche -el cual deseaba vender- y él tardó cuatro meses en devolverlo, y se lo entregó con 10.000 kilómetros de más.

Su 'conocido' Juan Cuenca no sólo le mandó a Rosa Vázquez que alquilase una casa apartada: también le pidió luego que comprase una radial y bolsas de basura. Aunque, tras pedírselo vía mensaje de texto al móvil, le dijo que borrase aquel mensaje. «Creo recordar que sí», rememoraba ayer Rosa ante el tribunal.

La mujer explicó que ella viajaba con sus hijas (de 6 y 2 años de edad entonces) en el coche cuando, desde su vehículo, fue guiando al de Cuenca para conducirlo a la Casa Colorá, que él aún no sabía dónde estaba. Confirmó que hicieron parada en un chino, en Molina de Segura, donde el exgerente del voley y los hombres que iban con él (los rumanos) compraron «cosas». Luego, la comitiva llegó a la vivienda de El Fenazar. «Nos paseamos por la piscina con las crías», indicó Vázquez.

«Juan me pide un último favor, que es ir a por unos inversionistas (los holandeses). Al final accedo. Yo no los conozco. Me dice: ´Es una mujer alta y un hombre que va bien vestido´. A las ocho y media en la puerta del club de voley. Paso por mi casa porque me había dejado el móvil. Llego yo antes (al club), los vi cruzando. Ellos estaban esperando a Juan. Yo digo: ´Hola, ¿esperáis a Juan?´ La chica dijo: ´¿A Juan Cuenca?´ Digo sí, y que él no ha podido venir y vengo yo a por vosotros», relató la mujer.

En el trayecto en coche, «con él (Severein) no hablo nada. Con ella (Visser), como coincide que habían cambiado de reina, pues hablamos de eso», apuntó. Al llegar a la casa, según su testimonio, le dijo a Juan, en tono de broma, que ya le cobraría el favor que le había hecho. Cuando, horas después, Cuenca le contó vía teléfono que todo había ido bien, ella pensó -soltó- que se refería a la supuesta reunión de negocios.

Rosa aseguró que fue al martes siguiente cuando se enteró, por las noticias de La Sexta, de la desaparición de los holandeses.

«Cuando lo veo, me pongo muy nerviosa. Me da angustia, vomito toda la comida. Lo llamo a él (Cuena), le pregunto qué ha pasado y él me dice: ´Tú no te preocupes que contigo no va la cosa´», precisó ayer la mujer. Tras esto, recordó, se fue a Zamora, con sus hijas y su esposo, que quería montar un negocio en esta provincia.

Fue desde Zamora, y con número oculto, cuando volvió a comunicarse con su conocido. En esa conversación «le dije que por qué me mete a mí en este lío, que no tengo nada que ver con sus cosas. Yo no quería que él se diera cuenta de que yo ya sospechaba de él», insistió Rosa Vázquez, que aquella misma noche acudió a la Policía y entregó allí su móvil.

«Faltaba un hule y el jarrón»

También declaraba este viernes, en calidad de testigo, Francisca Gil, la dueña de la Casa Colorá. Gil contó que su negocio ya va bien, después de haberse visto mermado por el hecho de que en la vivienda se cometiesen los crímenes.

La mujer rememoró que, cuando le entregaron las llaves del alojamiento tras el alquiler, la casa estaba extrañamente limpia, aunque «el suelo del salón estaba pegajoso». Asimismo, relató que se percató de que faltaba «un hule», además de un jarrón rojo de cristal que tenía en el salón. «Lo eché de menos cuando estuvo la Policía», barruntó. Sería el jarrón con el que Valentin Ion, según confesó, habría matado a la pareja.

La señora aseveró que no recordaba si también echó en falta un cenicero de cristal de la vivienda.

El juicio se reanudará el lunes.

Fermín Guerrero no acude al juicio y Castaño defiende a Valentin por un día

  • El abogado Fermín Guerrero no se presentaba este viernes por la mañana al juicio por la muerte de los holandeses, donde defiende al rumano Valentín Ion. La defensa de su cliente la asumía Melecio Castaño, el abogado del otro rumano, Constantin Stan.
  • Este letrado fue célebre a nivel nacional después de que hace unos meses no apareciese en el proceso por el crimen de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, donde defendía a la policía Raquel Gago, en cuyo coche fue hallada el arma de fuego de aquel crimen.
  • La ausencia del letrado no había sido anunciada previamente. Como estaban citados para las diez menos veinte de la mañana, cuando eran ya las diez comenzaba el nerviosismo y las preguntas en los pasillos de los juzgados. Algunos colegas de profesión de Guerrero, y periodistas, recordaban la anécdota que protagonizó en León, y elucubraban con la posibilidad de que, si el letrado no aparecía, volviese a ser sancionado. En aquella ocasión, al no poder explicar con claridad qué había motivado su ausencia en el juicio, el abogado fue multado.
  • Sí iban llegando a la Ciudad de la Justicia los otros abogados. Por ejemplo, el defensor de Juan Cuenca, José María Caballero, que mostró su deseo de que «el juicio termine lo antes posible».
  • «Hay cosas que no va a saber nadie. El trasfondo, lo que había detrás. No se va a saber nunca», admitía el mediático letrado. Preguntad por Vázquez, dijo que «yo no sé lo que sabe Rosa, yo sé que Rosa está fuera del procedimiento. Pero creo que el procedimiento se puede simplificar mucho».