Hemos entrado en el solsticio de verano y con sus albores nos llega pasado mañana, la celebración del nacimiento de Juan el Bautista, excepción que hace la Iglesia con tan destacado discípulo, junto con el de la Virgen y Jesús porque suele rememorar la muerte de los santos, pero no su nacimiento. A través del tiempo, San Juan Bautista, ha gozado de una gran devoción popular y de un culto intenso en todos los países cristianos de Europa, motivo por el cual, en su honor se han erigido un elevado número de ermitas y templos.

Su festividad se encuentra catalogada entre las más populares de cuantas se celebran en España al estar envuelta en una serie de sortilegios, prácticas y costumbres muy arraigadas en el pueblo llano. En ella, como actor principal figura el fuego, las hogueras, el júbilo y como notorio séquito evocadores ritos, embrujos, creencias populares que marcan la solemnidad de manera particular durante su atractiva noche a la que se le atribuyen connotaciones especiales para realizar hechizos o conjuros algunos de carácter profiláctico. De ella se han ocupado poetas y dramaturgos de centurias pasadas dedicándole versos, viejos romances, refranes e incluso canciones infantiles. El día de San Juan, marca el punto culminante de las celebraciones del mes de junio y hasta la llegada del otoño, el calendario festivo apenas muestra páginas en blanco pues raro es el pueblo que no festeja a su Patrón o Patrona durante los meses de verano.

En otro tiempo, era costumbre entre los jóvenes, no acostarse esa noche o bien levantase antes del alba para ascender a los montes cercanos y desde allí contemplar con placidez 'bailar el sol' a su salida, mientras que los que vivían cercanos a las costas, cambiaban el altozano por la playa con el aliciente de bañarse en las todavía frías aguas después del baile solar. Se afirma también que el mar retumba la noche de San Juan, creencia de la cual se hace eco Lope de Vega en su tragicomedia El último godo. «Vamos a la playa/noche de San Juan/que alegra la tierra/y retumba el mar».

Las hogueras, el fuego y San Juan, eran, y puede que aún lo sean, aliados amorosos de las mozas casaderas pues parece ser que el Santo brinda la posibilidad de desvelar si van a casarse o no, el oficio del galán de sus sueños, e incluso descubrir su nombre. Por lo tanto, si querían asegurarse el casamiento o evitar la soltería, la moza debía saltar nueve veces la hoguera, de esta forma su deseo se haría pronto realidad. Cuando lo que deseaba era contemplar el rostro de su amado, bastaba con disponer un lebrillo con agua clara al sereno y en punto de las doce, permanecer atentas porque el rostro del joven afloraría reflejado en el espejo del agua. Aseguran, que este medio resultaba también eficaz para viudas, casadas y solteras comprometidas que ardían en deseos de contemplar el rostro de su amor tras prolongadas temporadas de ausencias. Cuando lo que se pretendía era averiguar el oficio del futuro esposo, se aplicaba un método muy sencillo.

Se colocaba una lebrilla con agua también al sereno y se localizaba un huevo fresco de gallina, cuyo plumaje debía ser negro. Luego se procedía a romper la cáscara con delicadeza y se depositaba sobre el agua. Así, dependiendo de la forma que el huevo adoptara al contacto con el agua, se averiguaba el oficio del asignado. Por ejemplo si aparecía un barco, se trataba de un hombre de mar, si la forma era de martillo o sierra, se daba por seguro que era carpintero, y si resultaba tener el perfil de alguna verdura quedaba claro, era hortelano.

El castizo barrio murciano de San Juan, a pesar de las transformaciones urbanísticas sufridas, al llegar esta fecha, consciente de que cuando un barrio desgrana los días de su existencia sin fiesta alguna, ello debe ser motivo de preocupación para sus vecinos, se abre a la ciudad por el admirable 'Arco' que se asienta sobre la calle Tahona para recibir a los murcianos que se sumen a sus fiestas.

Es cierto que de San Juan, ha desaparecido la artesanía de los 'molinicos' de papel, y ya no se hacen fuguricas de barro, tampoco se escuchan las cantinelas de los traperos convocando a los vecinos, y los decibelios han ahogado la música del organillo, sustituyendo los cohetes a las antiguas 'carretillas', pero conservan su fiesta viva desde que se creó la Asociación de Vecinos, encabezada por mi buen amigo José Antonio Jara, que había dejado de celebrarse durante varios años. Por ello, habrá hoguera y fuego, quizás algún conjuro, papelillos de colores, barbacoa popular y no faltará el volteo repetitivo de las campanas para anunciar que tras la solemne misa del viernes, la imagen de San Juan Bautista recorrerá, un año más arropado por sus feligreses las calles del popular barrio murciano.

Felices fiestas de San Juan y feliz verano a todos.