Corría el año 1884 cuando la plaza de Palacio, llamada así porque en ella siempre ha estado ubicado el Palacio Episcopal, cambió de nombre y pasó a llamarse plaza del Cardenal Belluga como agradecimiento y homenaje póstumo del Concejo a tan insigne bienhechor de Murcia, cuando el maestro relojero Salvador Clemares García, con relojería y óptica en el número 5 de la citada plaza, decidió publicitar sus productos con el nuevo nombre del lugar. Por ello, nada más producirse el cambio, encargó para su difusión unas octavillas que decían: «Novedad en relojes de bolsillo, pared y mesa. Se hacen toda clase de composturas con prontitud y economía. Gran surtido en gafas y lentes de verdadero cristal de roca y armaduras de oro, plata, níquel y acero y se hacen toda clase de composturas en este artículo». Al fallecer el titular, la empresa fue regentada por Dolores Clemares Martínez, hija de Salvador, joven que al igual que sus cinco hermanos aprendió el oficio de relojero de la mano de su progenitor, quien descubrió en ella desde muy niña su gran vocación por el oficio. Desde que se responsabilizó del negocio familiar demostró ser una mujer tenaz e innovadora que muy pronto se convirtió, gracias a su buen hacer y maestría, en la primera y única mujer relojero de la ciudad de Murcia, logrando el respeto de sus compañeros de profesión y de su nutrida clientela, parte de ella procedente de otros municipios en los que se carecía de estos profesionales. Lola la relojera, como la denominaban, fue nombrada decana del Gremio de Relojeros de Murcia por decisión unánime de sus agremiados, por su defensa del oficio, motivo por el cual y con todo merecimiento, Dolores Clemares Martínez, maestra relojera, ha pasado a formar parte de nuestra historia reciente, como Mujer Ilustre de Murcia, ocupando un lugar preferente en el Museo de la Ciudad, en el apartado de oficios al haber destacado en tan importante labor artesanal.

Dolores Clemares, nacida en Murcia el 22 de abril del año 1901, se desplazaba a las casas de las familias más destacadas de la sociedad murciana a mantener y reparar los mecanismos de los relojes antiguos considerados como piezas de joyería heredables. También se hacía cargo de las averías que sufría el reloj de la torre de la Catedral y junto a su hermano menor, Juan José, subía de manera puntual las empinadas rampas de la atalaya para solucionar cualquier tipo de problemas. Y aunque Lola se quejaba a menudo de que le pagaban poco, mantenía un contrato firmado con el Ayuntamiento capitalino para dar cuerda diariamente, hiciera frío o calor, a todos los relojes que había en los despachos del concejo, tarea de la que una vez casada se adjudicó su marido Antonio Córcoles Romero, quien debía presentarse a las ocho en punto de la mañana de lunes a viernes, puesto que sólo el fin de semana descansaban.

Su hijo Antonio Córcoles Clemares, nuestro informador, que de niño acompañaba a veces a su padre, asegura que lo más arriesgado era ingeniárselas para darle cuerda al reloj de la fachada, porque había que subirse con una escalera hasta la terraza y luego calzarlo ayudándose con un gran tablón de madera para poder trabajar en él, no sin cierto peligro.

Aunque no lo recuerda bien, parece ser que a este reloj le duraba la cuerda cuarenta y ocho horas. Al contar con la ayuda de su marido y de su hermana Leonor, que se había quedado viuda, Lola se centraba más en lo que le gustaba, en las reparaciones, y para ello, en el obrador de su relojería tenía un pequeño torno con motor que le permitía elaborar de manera totalmente artesanal las diversas piezas que precisaba para los arreglos o reposiciones, porque en aquellos tiempos había que hacerlas, no se podían adquirir como se hace en la actualidad.

La pieza que más se rompía era el eje de volante, fragmento diminuto que, cuando por accidente caía al suelo, paralizaba temporalmente al personal por temor a pisarla. Solo la paciencia, la escoba y el recogedor lograban, con suerte, rescatarla. Por los años 70 de la pasada centuria, Dolores todavía mostraba con admiración expuesto en su escaparate el viejo reloj heredado de su padre, que aseguraba era el más antiguo de la ciudad, al haber sobrepasado los cien años. Ignoraba el origen y la marca, pero sabía, eso sí, que era el mejor conservado quizás de España, porque llevaba funcionando más de una centuria sin conocer paro o huelga alguna que le obligara a detenerse, ya que sólo requería para seguir andando limpieza y engrasado. El cierre definitivo de la veterana relojería capitalina y de su Ilustre Maestra tuvo lugar entre los años 1974-1975 de la pasada centuria.