Inmaculados con sus trajes de Primera Comunión, desempolvados de sus recientes celebraciones de este mes de mayo, una hilera de traviesos niños formaban dos filas a las puertas de la Catedral de Murcia. O, al menos, lo intentaban, absortos en sus bromas y risas. Ellas lucían sus vestidos blancos y sus diademas floreadas; ellos, en cambio, marchaban menos imbuidos por el blanco, donde se veían marineros, sí, pero también trajes oscuros. Y flanqueándolos, casi agolpados sobre los pequeños, se encontraban sus entusiastas padres y sus abuelos, decididos a inmortalizar el momento con sus móviles.

La plaza Belluga esperaba, lista, el comienzo de la solemne procesión del Corpus Christi, en una mañana muy soleada y calurosa, aunque aliviada por una leve brisa. Es el tradicional festejo que Murcia, al igual que muchas ciudades españolas, emplaza desde hace muchos años su conmemoración -el pasado jueves, dos meses después del Domingo de Resurreción- al último día de la semana. Claro que antes de partir, el obispo de la diócesis de Cartagena, José Manuel Lorca Planes, había oficiado a primera hora de la mañana la eucaristía en una repleta Catedral de Murcia.

Una Reina infantil indispuesta

El desfile se abría entre romeros, tomillos y pétalos, rociados por las huertanas de las peñas, encaramadas a dos carromatos tirados por vacas. Detrás marchaban el centenar de pequeños, escoltados por la corte de Damas de Honor de la Reina de la Huerta infantil, quien, por cierto, se sintió indispuesta y tuvo que ser relevada por una de sus damas. Los acompañaban también la familia de la Semana Santa murciana, representada por las manolas y los numerosos cetros de las cofradías, además de varias órdenes religiosas. El trono del Corpus -la Custodia del Santísimo, esculpido por Pérez de Montalto- completaba el cortejo, seguido del palio y guiado por el tropel de sacerdotes que secundaba al obispo. Y, cerrando el pasacalles, transitaban el regidor de Murcia y cuatro concejales de la Corporación municipal.

La procesión, organizada nuevamente por el Cabildo Catedralicio, se adentraba por Frenería para cruzar la Gran Vía y enlazar con la calle Conde del Valle de San Juan. A su paso, la comitiva se encontró con ocho engalanados altares, preparados para la ocasión y obra de distintas asociaciones y cofradías murcianas. Como el altar que mimó la Caridad, uno de los más imponentes, y que aguardaba en la plaza de las Flores, o como la imagen de la plaza Joufré, creada por la Misericordia. Después, el cortejo viraba por Platería y se encaminaba hacia la puerta del Casino, donde ya enfiló hacia su última parada, en Belluga.

Y tras más de dos horas y con unas filas de niños prácticamente descompuestas entre más risas, el Corpus retornaba a la Catedral.